El Nestlé Children’s Book Prize del año 2000 fue a parar a William Nicholson y su “El silbador del viento”. Esta novela es la primera de una trilogía de fantasía pura y dura, con toques mitológicos y características que recuerdan a épocas históricas reales. El eje narrativo contiene leyendas, ciudades amuralladas, reyes injustos, nombres propios, ejércitos, guerra y todo tipo de elementos idiosincráticos de una buena ficción épica y fantástica. El título del libro deriva de un extraño silbador que mantenía felices a los habitantes de Aramanth. La entrega de éste al ejército invasor tranquilizó a los opresores, siendo el punto de partida para desarrollar una historia conmovedora de lucha por la paz. El mundo creado por Nicholson se sostiene a la perfección a la vez que entretiene a los lectores adolescentes ávidos de fantasía.
“El viento en la Luna” destaca por la complejidad de su argumento. Éste se entrelaza de una forma en la cual el lector, a la vez que atrapado, sentirá la necesidad de resolver cómo acabará todo. Esta rocambolesca obra fue escrita a finales de la Segunda Guerra Mundial por Eric Linklater, con ilustraciones de N.C. Bentley, y pone de manifiesto muchas de las situaciones que se estaban viviendo por aquel entonces. Las protagonistas, Dorinda y Dinah, están rabiosas porque su padre ha partido a la guerra. Achacan la mala situación a que está soplando viento en la Luna, y se comportan mal por ello. Las fechorías de Dorinda y Dinah son el motor de la obra, puesto que ambas agotan la comida, acuden a un juicio e intentan descubrir las causas de un robo. Ambas llegan a interactuar con animales, dotando de un toque fantástico a esta curiosa obra. Muchas miserias de la guerra, como el hambre, también son denunciadas en este libro. Una lectura que hará volar tu imaginación.
Las novelas de aventuras precisan también elementos dramáticos para intensificar la narración en los momentos clave. El australiano Max Fatchen supo emplear este recurso al tiempo que pone de manifiesto el choque de culturas y el conflicto de mentalidades. El protagonista de “El viento del espíritu” es Jarl Hansen, un joven noruego que viaja a bordo del Hootzen hacia Australia. Hansen está enemistado con el oficial del barco, y trama escaparse nada más pongan pie en tierras australes. Jarl pone su plan en marcha y en su fuga salva a un aborigen de avanzada edad que estaba a punto de ahogarse. El anciano, de nombre Nunagee, lo refugia en su cabaña y lo cuida. Hansen se siente mal por implicar a tanta gente en sus problemas, e incluso el consulado de Noruega debe mediar en la crisis. A Jarl Hansen se le permite que se quede en Australia, pero el capitán del barco y un proscrito con sed de venganza irán tras él. En un giro digno de los mejores relatos de aventuras y haciendo homenaje a los ancestros aborígenes, el viento que da título al libro aparece invocado por Nunagee y salva a Jarl. Una magnífica novela donde la tradición australiana es venerada ante el punto de vista occidental.
Cuando se piensa en libros con animales humanizados suele venir a la cabeza el clásico “El viento en los sauces”. Kenneth Grahame recopiló historias que le contaba a su hijo, las cuales estaban protagonizadas por seres del bosque que se comportan como seres humanos. Entre ellos están la rata que navega con una barca, el topo que no sale de su casa y el sapo como imagen malvada. Además de retratar características de la sociedad, también se representan estampas inglesas como el Támesis o la campiña. La aproximación de Grahame es curiosa, ya que los animales son responsables y viven como adultos pero en el fondo se divierten como niños, saboreando la libertad, felices y lejos de otras responsabilidades. Una historia muy recomendable para la transición de la infancia a la adolescencia y para valorar cada momento de la vida y el espíritu de niño que no se ha de perder.