Considerada una de las mejores novelas infantiles de la historia, “El jardín de medianoche” es la obra maestra de Philippa Pearce. Y esto no es decir poco, puesto que la autora inglesa creó algunos de los relatos más conocidos y leídos durante la segunda mitad del siglo XX. La narración se centra en Tom, un chico el cual es enviado a vivir un tiempo con sus tíos. El emplazamiento es una casa de la campiña inglesa. Aunque al principio todo parece normal, Tom siente curiosidad por el pasado de la casa y cada noche se aventura en el jardín, donde conoce a una misteriosa chica llamada Hatty. Es entonces cuando la historia cobra tintes sobrenaturales y entremezcla el pasado y el presente hasta un sorprendente final. Detrás de todo ello, Pearce nos muestra un sinfín de valores que todos deberíamos asimilar. Empezando por el poder de la amistad, continuando con la tolerancia y el respecto, y concluyendo con la honestidad y fidelidad a uno mismo. El envoltorio en el que nos presenta esta maravilla es un relato absorbente que despertará la melancolía de los jóvenes lectores, y les ayudará a apreciar lo efímero de todo.
Philippa Pearce usa una vez más los elementos autobiográficos típicos de su obra en este “Minnow en el Say”. El escenario es el medio rural inglés que envuelve a Cambridge y la época es la infancia durante las vacaciones de verano. Aunque posee reminiscencias de la niñez de Pearce, el protagonista es David, quien ayuda a Adam Codling a encontrar un tesoro vital para este último. Si no lo consigue, corre el riesgo de ser excluido por su familia. Aunque la premisa es la de una novela de aventuras, la historia va mucho más allá, sirviendo de crítica de las desigualdades sociales en la Inglaterra de los años 50. Ahí reside la riqueza del libro, junto a matices que evocan sensaciones agridulces de la infancia. Y es que, a pesar de que infinitamente es una época de felicidad cuando se vive, también nos acompañaron en ella acontecimientos difíciles que nos han marcado y que hemos debido superar. Y que, por supuesto, han moldeado nuestra mentalidad adulta. Philippa Pearce se adelanta a todo ello enseñándoselo al pequeño lector con este excepcional relato.
Los protagonistas de este libro son jerbos, roedores que Philippa Pearce convirtió en personajes en torno a los que involuntariamente gira el relato. Sid es un niño al que le han regalado a Bubble y Squeak, los susodichos jerbos. La madre se opone a la presencia de los jerbos en su casa. La autora es experta en intercalar situaciones de los más cotidianas con momentos extraños, todo ello sin alterar ni acelerar el ritmo innecesariamente. Sid se convierte en protector de los jerbos, al tiempo que su madre intenta ejercer autoridad no sólo con él, sino con sus hermanos y su padrastro. Al final el lector con quien más empatiza es con los pequeños jerbos. Y eso que estos la lían sin dejar de resultar terriblemente encantadores. Trepan los sofás. Muerden las cortinas. Y se sitúan en la mesa con descaro como si fueran personas. Curiosamente, sus nombres derivan de los de las hijas de Pearce. La madre de Sid aprende a ser transigente con los suyos para mantener la armonía y felicidad en la casa.
“Ameliaranne y el paraguas verde” es el primero de una colección de cuentos basados en las peripecias de esta desastrada y pícara niña. Ameliaranne tiene 5 hermanos muy pequeños a los que pretende cuidar. Es un poco destartalada y se nota en que siempre tiene las medias desiguales o la falda mal puesta. Aun así, ayuda a su madre, y tiene buenas intenciones. Cuando va a tomar el té a casa del lugarteniente, el señor Squire, se lleva un paraguas verde donde esconde pasteles que roba para sus hermanos. A pesar de ser descubierta por la ama de casa del señor Squire, éste no la castiga y le da suficiente para todos sus hermanos. La mayoría de libros fueron ilustrados por Susan Pearce.