La desigualdad entre hombres y mujeres ha sido la tónica desafortunadamente preponderante a lo largo de los siglos, y lo sigue siendo. Aunque actualmente se luche por ello, no hay que olvidarse del sufrimiento en el pasado. La protagonista de “La sobrina del director” encarna a la joven ambiciosa y plena de autoconfianza, que desea formarse en la universidad pero que sólo encuentra obstáculos en su camino. Gillian Avery nos narra las peripecias de María para conseguir su sueño, en la Inglaterra de 1870. María deja la escuela femenina, muy represiva, para irse a vivir a Oxford, donde un tío suyo le consigue unas clases particulares junto a los hijos de una familia rica. Estos nuevos amigos, con cualidades muy diferentes, serán el trasfondo de la parte más alocada de la novela, antes de que ésta coja tintes más serios y María pueda demostrar su valía realizando la investigación de la identidad de un desconocido. Es en ese momento cuando sufrirá por abrirse paso, algo que a María le costará más de un disgusto, pero que concluirá de manera satisfactoria para sus intereses personales. Una historia que resalta la esencialidad de la fuerza de voluntad.
La literatura juvenil australiana siempre ha destacado. Su consideración internacional es absoluta, y sus obras suelen adquirir éxito crítico y comercial. Incluso dentro de este status se podría aseverar que la literatura infantil en Australia vivió una época dorada en la década de los 90. Un ejemplo de ello, además de otros ya citados, es esta “El hechizo del zorro”, galardonada con el Premio del CBCA en 1995. La autora Gillian Rubinstein (inglesa de nacimiento, cabe puntualizar) evoca un ambiente sobrenatural en torno a una situación cotidiana, y así trasciende su diálogo con el lector adolescente para que se identifique. El protagonista, Tod Mahoney, debe mudarse al medio rural australiano con su madre y sus hermanas para vivir con su abuela, dejando atrás Sidney. Este cambio tan brusco provocará cambios en Tod, el cual queda impactado con un zorro que encuentra muerto en un camino. Esto y la presencia de otros zorros servirán como metáfora de los sentimientos de Tod, el cual no está a gusto y se encuentra exiliado y alienado. Rubinstein aprovecha para establecer descripciones de la cultura de su país, y sabe jugar a la perfección con la trama dejando sensación de ambigüedad en el lector. Al fin y al cabo, la reflexión te ayuda a madurar, y eso es lo que se consigue en “El hechizo del zorro”.