Cuando uno atraviesa verdaderas dificultades, le gusta verse reflejado en otros para compartir sus penas. No sólo se trata de mitigar el dolor con el apoyo de tus seres queridos, sino sentir que hay personas en tu misma situación y os podéis auxiliar mutuamente. Esta sensación se hace muy intensa durante la adolescencia, donde las inseguridades están a flor de piel. Y es uno de los pilares de “Entre dos lunas”, mangífica novela ganadora de la Medalla Newbery en 1995. Sal Hiddle, con tan sólo trece años, se muda a Ohio con su padre después de ser dejada de lado por su madre. Aunque Sal se enorgullece de sus raíces indias, no se encuentra cómoda en su nuevo hogar. Allí conoce a Phoebe, una niña que atraviesa una situación más o menos pareja. En el relato se emprenden viajes interminables para tratar de convencer a sus madres que regresen con ellas. Las consecuencias son felices para Phoebe pero no así para Sal. Dichos periplos son sólo una excusa que Sharon Creech emplea para hablarnos de la búsqueda de identidad, de la pérdida y de la aceptación de las separaciones. Como podemos imaginar, una historia conmovedora y desgarradora, y por ello fiel a la vida misma.