“El collar del somorgujo” es una de las más orgullosas representaciones de la literatura infantil canadiense. Empleando además parte del folclore de Canadá como leitmotiv, William Toye creó una historia excepcional. En ella se funden el mito y la leyenda para transmitir ideales de justicia y amor por la naturaleza, valores muy arraigados en el país norteamericano. El relato se inspira en una tradición de los nativos, quienes decían que el somorgujo, un ave característica de Canadá, podía curar la ceguera. En una ocasión, el somorgujo devolvió la vista a un anciano, y se dice que éste lo recompensó con un collar de conchas. El collar permaneció en su cuerpo y algunas conchas salpicaron por su espalda. De ahí el característico moteo del plumaje del somorgujo y su mancha en forma de collar. Además de la historia, las ilustraciones que lo acompañan, el característico collage de Elizabeth Cleaver, resultan maravillosas. Por si esto no fuera suficiente, “El collar del somorgujo” también es una descripción de los bellos paisajes canadienses, y una invitación a conocer este asombroso país a través de su literatura.
Tratar temas tan serios como la muerte o el suicidio es de por sí muy complicado. Dirigirlos a un público juvenil dificulta todavía más si cabe esta tarea. La pareja de autores compuesta por Vera y Bill Cleaver efectuaron a la perfección la ardua labor de recrear la confusión que los niños sufren ante momentos difíciles que nunca antes han vivido. El protagonista es Grover, un niño que ve cambios raros en su casa tras caer su madre enferma. Su tío le compra a su madre todos los caprichos que ésta siempre ha deseado. Por otro lado, no recibe explicaciones satisfactorias de nadie, y todos se esfuerzan en entretener al pequeño Grover. El chico comienza a sospechar más y más, pero aun así no está preparado cuando su madre se suicida. Su padre se encierra en su soledad, y Grover debe buscar fuera de casa el consuelo que en ésta no encuentra. Es en este momento cuando los Cleaver recalcan la importancia de tener buenas amistades para atravesar los momentos más complicados de la vida. Así, uno aceptará la muerte y madurará de forma óptima, y estará preparado para los obstáculos venideros.
Las novelas ambientadas en las zonas más agrestes de Estados Unidos siempre inculcan valores de supervivencia y amor por lo rural. En “Donde florecen los lirios”, el matrimonio Cleaver nos transporta a los Montes Apalaches en un relato de autosuficiencia. La protagonista, Mary Call, es una niña de catorce años que se empeña en sacar ella sola adelante a toda su familia. Su padre está moribundo y Mary está decidida a ser el sustento de la casa. Aunque sus valores son reconocibles, en la historia se nos muestra cómo a veces hay que dejarse recomendar y ayudar. Ser obstinado puede privarnos de buenos momentos, y tarde o temprano reconoceremos que compartir y ser solidarios con los demás puede llenarnos mucho. Por suerte, la mentalidad de Mary evoluciona y acaba viendo que sus vecinos son realmente amigos, y que no por ello sus valores de constancia e independencia se ven cuestionados. Un libro evocador de la vida en la montaña en la Norteamérica de los años 50 y 60.