“El chico del río” aborda con habilidad la temática de la comunicación intergeneracional, especialmente entre abuelos y nietos. Jess y su abuelo tienen muy buena relación, pero el anciano sufre una enfermedad y su hora está cerca. Para satisfacer sus últimos deseos, la familia de Jess viaja junto con el abuelo al lugar donde éste creció y se crió, un precioso y misterioso valle. El abuelo quiere pintar un cuadro llamado “El chico del río” empleando el bello paisaje. Jess se entretiene nadando a lo largo del río que fluye por el valle, y ella acaba conociendo a un extraño chico que nada muy bien. Curiosamente, este personaje desaparece al fallecer su abuelo… El uso de la fantasía sobrenatural junto a temas de enfermedad y muerte es llevado a la perfección por Tim Bowler, quien recibió por esta espléndida novela la Medalla Carnegie en 1997.
Esta novela puede recordar mucho a las novelas de Arthur Ransome, creador de “Vencejos y Amazonas”. De hecho, “El lejano río Oxus” tiene un vínculo especial con este escritor. En primer lugar, fue escrito por dos niñas: Katherine Hull y Pamela Whitlock. Ambas rondaban los quince años de edad cuando trabajaron codo con codo para crear este libro inspirado en sus vacaciones de verano y en la región donde vivían. Decidieron enviar el manuscrito a su escritor favorito y principal fuente de inspiración, que no era otro que Arthur Ransome, quien acabó forzando su publicación al considerarlo uno de los mejores libros infantiles de la segunda mitad de los años 30’. Los protagonistas son una pandilla de niños que se divierten de mil maneras cuando no tienen que ir a la escuela. Cualquier tipo de actividad tiene cabida en esta preciosa novela, la cual además está perfectamente descrita y los paisajes son detallados minuciosamente. Nadie diría que fue escrito por dos niñas, y saber esto hace de “El lejano río Oxus” una lectura todavía más especial con la que sentirse identificado.
La protagonista de esta maravillosa aventura escrita por Krasilovsky es Hendrika, una vaca gorda que se aburre en su granja. Por ello, un día se escapa y se sumerge en el río, subiendo a duras penas a una balsa. En ella, puede ver las maravillas del paisaje de los Países Bajos: tulipanes, molinos, tiendas de queso, canales… Gracias a la corriente llega a la ciudad, donde monta un alboroto al empezar a correr. Por suerte su amo está allí y la recoge para llevarla a casa, aunque entonces Hendrika ya está satisfecha de todo lo visto. El relato es tranquilo, y el ritmo del río se nota en la propia lectura. Las imágenes de Peter Spier maravillan por su color y por la preciosidad del paisaje evocado, realizadas con pluma y acuarelas. La vaca protagonista se debate entre la timidez y el alboroto, siempre con buenas intenciones.