La desigualdad entre hombres y mujeres ha sido la tónica desafortunadamente preponderante a lo largo de los siglos, y lo sigue siendo. Aunque actualmente se luche por ello, no hay que olvidarse del sufrimiento en el pasado. La protagonista de “La sobrina del director” encarna a la joven ambiciosa y plena de autoconfianza, que desea formarse en la universidad pero que sólo encuentra obstáculos en su camino. Gillian Avery nos narra las peripecias de María para conseguir su sueño, en la Inglaterra de 1870. María deja la escuela femenina, muy represiva, para irse a vivir a Oxford, donde un tío suyo le consigue unas clases particulares junto a los hijos de una familia rica. Estos nuevos amigos, con cualidades muy diferentes, serán el trasfondo de la parte más alocada de la novela, antes de que ésta coja tintes más serios y María pueda demostrar su valía realizando la investigación de la identidad de un desconocido. Es en ese momento cuando sufrirá por abrirse paso, algo que a María le costará más de un disgusto, pero que concluirá de manera satisfactoria para sus intereses personales. Una historia que resalta la esencialidad de la fuerza de voluntad.