El escritor Miguel Buñuel estableció un nuevo cánon en la literatura infantil española con “El niño, la golondrina y el gato”. Siendo un relato fruto de una adaptación de una novela adulta propia, “Narciso bajo las aguas”, este cuento rompía con los moldes de las historias que “debían” ser narradas en la posguerra. Y es que hasta entonces todas debían sopesar juicios morales. Buñuel, sin embargo, nos habla de un viaje de tintes oníricos y cargado de elementos fántasticos, con detalles que recuerdan a Lewis Carroll o incluso a Saint-Exupéry. Los protagonistas son un niño (sin nombre), una golondrina y un gato, quienes juntos emprenden un viaje más allá de los confines de la Tierra. El estilo, como podemos imaginar, es muy musical, poético y cuidado. Las firmes propuestas de valor de esta novela fueron recompensadas con el Premio Lazarillo y el Diploma de Mérito Andersen en 1962.
No hay mejor reclamo para presentar a un autor infantil que citar que ha sido galardonado con el Premio Hans Christian Andersen. Y más si es el único de su país en conseguirlo, como en el caso de José María Sánchez Silva. La historia que se nos cuenta en “Marcelino, Pan y Vino” bebe parcialmente de la propia vida del autor, que se quedó huérfano a los diez años y vivió en un asilo. Marcelino, abandonado en un convento, comete travesuras y muestra el ímpetu característico de un niño pequeño. Haciendo caso omiso de sus cuidadores, Marcelino se divierte y se cuela en lugares prohibidos del convento, como un desván donde visita día tras día a una imagen gigante de Jesucristo. El contenido religioso de esta fabulosa novela no es aleccionador, y contiene elementos fantásticos que dotan de un aura especial a cada página. Marcelino, como cualquier niño, tiene ambiciones, y anhela pertenecer a una familia normal. El libro es uno de los más exitosos de la posguerra en España, con una treintena de traducciones y más de dos centenares de ediciones publicadas. Una obra cuanto menos imprescindible.