No hay mejor reclamo para presentar a un autor infantil que citar que ha sido galardonado con el Premio Hans Christian Andersen. Y más si es el único de su país en conseguirlo, como en el caso de José María Sánchez Silva. La historia que se nos cuenta en “Marcelino, Pan y Vino” bebe parcialmente de la propia vida del autor, que se quedó huérfano a los diez años y vivió en un asilo. Marcelino, abandonado en un convento, comete travesuras y muestra el ímpetu característico de un niño pequeño. Haciendo caso omiso de sus cuidadores, Marcelino se divierte y se cuela en lugares prohibidos del convento, como un desván donde visita día tras día a una imagen gigante de Jesucristo. El contenido religioso de esta fabulosa novela no es aleccionador, y contiene elementos fantásticos que dotan de un aura especial a cada página. Marcelino, como cualquier niño, tiene ambiciones, y anhela pertenecer a una familia normal. El libro es uno de los más exitosos de la posguerra en España, con una treintena de traducciones y más de dos centenares de ediciones publicadas. Una obra cuanto menos imprescindible.
La visión del mundo de Alfanhuí es la que conduce la narración de esta curiosa novela, una de las más importantes de la literatura juvenil de posguerra en España. El escritor, Rafael Sánchez Ferlosio, muestra su maestría en su estilo de escritura, dotando de imaginación y surrealismo a la historia sin despegarse de la crítica a la sociedad del momento. Alfanhuí es un niño con ambición de convertirse en taxidermista y de ilusión desbordante. El relato discurre a través de las vivencias del propio Alfanhuí al tiempo que se describen todo tipo de seres de forma lírica y atractiva. Algunos críticos la consideran una versión actual de las antiguas novelas de picaresca española; otros la ven como paradigma del realismo mágico en España. En cualquier caso, si algo tiene la obra de Sánchez Ferlosio que la hace tan especial, es su originalidad. E “Industrias y andanzas de Alfanhuí” es el mejor ejemplo de ello.