Los duendecillos son seres fantásticos a menudo simpáticos y con buenas intenciones, pero a los cuales a veces los niños temen porque simplemente se inmiscuyen sin avisar en sus vidas. Esto es lo que suele hacer Dick, un pequeño duende de muy buen carácter y voluntarioso, que a pesar de ello debe esconderse de las miradas de los humanos. Dick habita una mansión de la campiña inglesa en plena Guerra Civil. Éste se encarga de barrer de vez en cuando y evitar que sucedan desastres, todo sin mostrarse a los demás y sin recibir agradecimientos por ello. Los nuevos propietarios de la casa son menos supersticiosos que los anteriores, y por eso para ellos lo sobrenatural y fantástico pierde fuerza. Su fe, no obstante, la recobrarán cuando Hobberdy ayude al hijo de la familia a conseguir el amor de la chica a la que quiere, y cuando salve a la hija de que unas brujas la secuestren. Como podemos imaginar, un fabuloso relato de un género bien conocido y representativo de la literatura infantil británica, la fantasía y la magia englobadas en situaciones realistas. Y todo esto a cargo de una experta en el campo del folclore y la tradición ingleses: Katharine M. Briggs.
La tercera historia de los Mumim situó definitivamente a esta entrañable familia de hipopótamos blancos como un clásico de la literatura infantil finlandesa. Al igual que los dos relatos previos, “La familia Mumim” transcurre en el Valle de Mumim. Los protagonistas son Mumintroll, Snufkin y Snif, quienes salen de casa dispuestos a vivir intensas aventuras después de un largo invierno de hibernación. Casualmente se topan con un bonito sombrero que deciden recoger y llevarlo a casa para Papá Mumim. Como a éste no le sirve, deciden emplearlo como cubo de basura. Una serie de extrañas transformaciones empieza a sucederse cada vez que los Mumim arrojan un objeto al sombrero y les es devuelto algo totalmente diferente. Finalmente los Mumim descubren que el sombrero pertenecía un mágico duende, quien va a reclamar su preciado objeto muy enojado. Por suerte, todos acaban haciendo buenas migas y el final deja con buen sabor de boca a los niños, como sucede a menudo con estos queridos hipopótamos blancos.