No hay mejor reclamo para presentar a un autor infantil que citar que ha sido galardonado con el Premio Hans Christian Andersen. Y más si es el único de su país en conseguirlo, como en el caso de José María Sánchez Silva. La historia que se nos cuenta en “Marcelino, Pan y Vino” bebe parcialmente de la propia vida del autor, que se quedó huérfano a los diez años y vivió en un asilo. Marcelino, abandonado en un convento, comete travesuras y muestra el ímpetu característico de un niño pequeño. Haciendo caso omiso de sus cuidadores, Marcelino se divierte y se cuela en lugares prohibidos del convento, como un desván donde visita día tras día a una imagen gigante de Jesucristo. El contenido religioso de esta fabulosa novela no es aleccionador, y contiene elementos fantásticos que dotan de un aura especial a cada página. Marcelino, como cualquier niño, tiene ambiciones, y anhela pertenecer a una familia normal. El libro es uno de los más exitosos de la posguerra en España, con una treintena de traducciones y más de dos centenares de ediciones publicadas. Una obra cuanto menos imprescindible.
Muchos acontecimientos a lo largo de la historia han hecho a la gente posicionarse en contra de su voluntad, y enfrentando a amigos o incluso familiares. “Del otro lado de las barricadas” nos ofrece un ejemplo de ello, localizando la historia en el conflicto entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte. Kevin es católico y Sadie es protestante, pero ambos disfrutan de muchas cosas en común que agranda su amistad. A causa de las peleas entre bandos, tiempo atrás los dos protagonistas eran enemigos. Pero ahora son más reacios a renunciar a su relación. Esto provoca que Kevin sea atacado y herido, lo cual hará que se replantee su futuro. Sadie y Kevin acuerdan que, si quieren seguir juntos, deben irse de Belfast. De esta forma, se pone de manifiesto como los acontecimientos históricos separan a mucha gente, y, en definitiva, cómo la realidad social afecta de primera mano a la vida de las personas. Asimismo, también se podrá comprobar lo inútil de los conflictos religiosos porque ninguna fe justifica el infligir daño a otros.