La literatura australiana tiene una belleza especial derivada de los paisajes de este país y del ambiente que allí se respira. En “El perro Thunderwith”, Libby Hathorn nos habla de cómo afecta un suceso dramático a la psicología de un ya de por sí atormentado adolescente. La protagonista es Lara, cuya madre ha fallecido recientemente y quien se ve obligada a vivir con su padre, al que casi no conoce. Para colmo, la madrastra de su padre no es nada hospitalaria, y Lara deberá lidiar con el sufrimiento por la muerte de su madre junto a la alienación que sufre en su nuevo hogar. Una hacienda rural es el marco perfecto para emanar una sensación de calma y tranquilidad, una atmósfera que invita a la reflexión y que permitirá a Lara madurar. El drama se intensifica cuando Lara hace buenas migas con un perro al que llama Thunderwith, el cual a la postre resultará ser del vecino y acabará herido. No obstante, Lara entenderá que su amistad con el animal le ha ayudado a superar el dolor y además la volverá optimista, estrechando lazos con su madrastra. Detalles de la cultura aborigen también son expuestos en esta enternecedora historia de amistad y pérdida.