Los protagonistas de este libro son jerbos, roedores que Philippa Pearce convirtió en personajes en torno a los que involuntariamente gira el relato. Sid es un niño al que le han regalado a Bubble y Squeak, los susodichos jerbos. La madre se opone a la presencia de los jerbos en su casa. La autora es experta en intercalar situaciones de los más cotidianas con momentos extraños, todo ello sin alterar ni acelerar el ritmo innecesariamente. Sid se convierte en protector de los jerbos, al tiempo que su madre intenta ejercer autoridad no sólo con él, sino con sus hermanos y su padrastro. Al final el lector con quien más empatiza es con los pequeños jerbos. Y eso que estos la lían sin dejar de resultar terriblemente encantadores. Trepan los sofás. Muerden las cortinas. Y se sitúan en la mesa con descaro como si fueran personas. Curiosamente, sus nombres derivan de los de las hijas de Pearce. La madre de Sid aprende a ser transigente con los suyos para mantener la armonía y felicidad en la casa.
La saga de “Los seis signos de la luz” presenta cinco novelas y desgrana muchas de las historias del folclore oral del Reino Unido fusionándolas con la fantasía épica moderna. Susan Cooper supo empaparse de las leyendas célticas y artúricas que tantos hogares habían alimentado dándole toques fantásticos. Las descripciones son propias de las mejores novelas del género. El relato comienza en pleno invierno en un clima inseguro y expectante. No obstante, dado al público que va dirigido, en todo momento se mantiene un tono alegre. Uno de los protagonistas es Will, un chico aparentemente insignificante pero que secretamente participa de primera mano en el conflicto entre la Luz y la Oscuridad. Esta lucha eterna, leitmotiv de muchas fantasías, tiene su papel protagonista en “Los seis signos de la luz”. Otros personajes son Jane, Simon, Barney y Merriam, éste último tío abuelo de Will e inspirado en la figura del mago Merlín. Valores de honor y responsabilidad tampoco pueden faltar en este tipo de novelas, y los prejuicios y las malas intenciones son criticados de primera mano. En definitiva, esta serie es una bella aproximación a la fantasía adolescente inglesa de segunda mitad del siglo XX.
Esta novela de Alan Garner revlucionó en 1967 las historias de fantasmas. Además de esta temática, el autor británico evoca la eterna tensión entre Inglaterra y Gales. La historia critica las apariencias y las costumbres que en ocasiones se adaptan sin ser cuestionadas. Asimismo, “La vajilla del búho” es considerada una adaptación de la leyenda galesa de Bloudewebb. Los protagonistas son Alison, Roger, y Gwyn, jóvenes a los que unen diferentes vínculos y que deben enfrentarse a unos curiosos obstáculos durante sus vacaciones de verano. El drama arranca cuando Alison descubre una curiosa vajilla en la casa donde veranea. A partir de entonces, los tres jóvenes parecen anclados a sus destinos y cualquier intención de variarlos resultará inútil. Todo ello aderezado por un paisaje lúgubre donde las montañas, el valle y el río tienen un aspecto fantasmagórico que aumenta la aprensión. Como se ha comentado, la tensión también aumenta a causa de los conflictos entre los diferentes personajes, de distinta clase social y nacionalidad. Por último, cabe destacar que este tenebroso relato permitió a Alan Garner conseguir la prestigiosa Medalla Carnegie.
“La piedra fantástica de Brisingamen” es una fabulosa novela escrita por Alan Garner inspirado por relatos de su infancia. Bebiendo un poco del éxito que “El señor de los anillos” supuso para la fantasía épica, Garner empleó elementos del folclore nórdico, celta y artúrico en este cuento. Los protagonistas son Susan y Colin, quienes residen con sus tíos en una granja. El presente de los personajes viene determinado por leyendas del pasado, en las cuales un mercader hubo de vender un caballo al mago Cadellin. La magia de Cadellin quedó plasmada en una joya, la cual casualmente acaba en manos de Susan. En la trama se funden fuerzas del mal, hechizos y todo tipo de peligros que condicionarán la existencia de los dos protagonistas. Las localizaciones, en torno al Cheshire inglés, también derivan del origen del autor. Se trata de una bonita historia de fantasía en la que, como buen ejemplo del género, el conflicto entre el bien y el mal está presente en todo momento.