“El niño que dormía con nieve en la cama” es una de las varias incursiones que el célebre autor sueco Henning Mankell ha efectuado en la literatura adolescente. Y es que este escritor es uno de los máximos exponentes de la novela negra escandinava (más que recomendables son sus libros protagonizados por el inspector Kurt Wallander). El protagonista es el adolescente de trece años Joel Mankell, quien ya había aparecido en dos novelas previas. La psicología del personaje empieza a sufrir una metamorfosis, la cual se traduce en un cambio de la visión del mundo y de las perspectivas vitales. Joel siente que su pueblo se le queda pequeño, y la chica de la que se enamora, diez años mayor que él, no le corresponde. La reacción de Joel para hacerse notar es empezar a tocar en un grupo de rock e intentar ser famoso, ínfulas que a todos nos han perseguido alguna vez. Mankell maneja a la perfección problemas individuales desde un punto de vista universal, con una prosa cuidada y poética, ingredientes que componen esta novela extrañamente cautivadora.
La prolífica obra de Gary Paulsen está repleta de relatos de aventuras sin contemplaciones en lugares inhóspitos. Uno de los escenarios preferidos por el narrador estadounidense es Alaska, revisitada en varias de sus historias. “El hacha” es una de ellas, y contiene todos los elementos que podemos asociar a esta región: nieve, supervivencia, trineos, carreras… Pero no hay que dejarse confundir por el trasfondo, ya que realmente se nos están mostrando las miserias de Brian, el protagonista. Éste se pierde en medio de la nada cuando iba a visitar a su padre, y debe ingeniárselas para orientarse y salir de allí con vida. Lejos de contentarse con esto, Paulsen introduce los pensamientos que atormentan a Brian y que son debidos a las infidelidades de su madre. De una forma u otra, Brian madura a la fuerza. Este fascinante relato fue nominado en 1988 a la Medalla Newbery. Cualquier lector que se acerque a él no olvidará nunca el hacha, instrumento eje de la narración.
Como el “Cuento de Navidad” de Charles Dickens, “El expreso polar” resuena en los recuerdos navideños de la infancia de cualquier niño o niña. La magia de este clásico moderno de Chris Van Allsburg se extiende hasta nuestros días, y nos impregna de nostalgia durante la Navidad. El protagonista, nada crédulo ante esta época del año, se monta en el Polar Express en contra de su voluntad. El tren está atestado de niños en pijama que también se dirigen al Polo Norte. El niño que protagoniza la historia no se deja sorprender por Santa Claus ni por sus regalos, y humildemente solicita como presente un cascabel de un reno. A la mañana siguiente el niño no sabrá discernir si lo que ha vivido era un sueño o la realidad. Esa experiencia, envuelta en una atmósfera cálida y mágica, nos ha acompañado en algún momento de nuestra niñez, y por ello gusta tanto esta excelente obra, más que merecida Medalla Caldecott en 1986.
“Un día de nieve” le permitió a Ezra Jack Keats recibir la prestigiosa Medalla Caldecott en 1963. Este escritor fue criado en Brooklyn en el seno de una familia judía en una época en la que los prejuicios raciales y culturales estaban a la orden del día. De ahí que sus cuentos siempre tuvieran un aire cohesionador y en el que todas las culturas y formas de vida tienen cabida. La trama de este libro es sencilla. El protagonista es Pedro, un niño afroamericano que un día se despierta y descubre que ha nevado. Pedro se divierte con la nieve como cualquiera de nosotros hemos hecho: hacer muñecos, lanzarse bolas, agitar los árboles para que caiga, tumbarse y hundirse en ella… Pedro representa a cualquier niño del planeta y en él se refleja un instinto primitivo por la diversión que todos hemos tenido. Keats utilizaba técnicas de acuarela y collage de estilo muy marcado, lo que unido a los valores de la obra de este autor lo convirtió en uno de los más influyentes de la literatura infantil norteamericana.
“Una noche de nieve” es la primera entrega de una serie de libros escritos por Nick Butterworth y que tienen como protagonista a Percy, el guardián de un parque. Sus relatos son divertidos pero al mismo tiempo conmovedores, rasgos que marcan mucho a los pequeños lectores. Percy vive solo en una cabaña y durante el día se dedica al cuidado de un parque. Se conforma con una vida sencilla y disfruta los pequeños placeres cuando se retira a descansar a su hogar. Percy es amigo de los animales que viven en el parque, y se convierte poco a poco como en un padre para ellos porque los cuida y además los ayuda a salir de situaciones difíciles. Estas situaciones no son tristes, en absoluto, y de hecho arrancarán más de una carcajada. El momento cumbre llega cuando Percy enferma y los animales se conjuran para hacerse cargo del parque y restaurar la salud de su querido compañero. Erizos, conejos, patos y tejones entre otros pondrán de su parte para devolverle el favor. Como vemos, es una historia en la que se acentúan los valores de amistad y compañerismo, y la reciprocidad que debe de haber en estos casos.
El contenido de “Luna de búho” es puramente lírico. El libro de Jane Yolen puede ser una de las mejores introducciones poéticas para los niños, ya que los versos están acompañados de las imágenes de paisajes nevados de John Schoenherr. La historia gira en torno a una niña que es llevada por su padre en medio de la nieve para ver un búho por primera vez. La pequeña protagonista quedará fascinada no sólo por el búho, sino por otras maravillas naturales que irá descubriendo. Es un cuento que resulta muy interesante para despertar la curiosidad por la naturaleza, para venerar las maravillas que nos rodean y para impulsar el respeto por el medio ambiente. También resalta la importancia del amor paternal. Todas estas cualidades lo convirtieron en el ganador de la Medalla Caldecott en 1988. El trasfondo está basado en experiencias propias de la autora en su granja de Nueva Jersey.
“El muñeco de nieve” es una de esas historias asociadas a la Navidad cada vez que ésta llega. No obstante, Raymond Briggs no la creó con la intención, puesto que el relato puede darse siempre que haya un bonito paisaje nevado. El niño protagonista sale a hurtadillas de su casa por la noche para jugar con el muñeco de nieve, el cual cobra vida. El muñeco es bondadoso y además no está frío como el resto de la nieve. No obstante, hay cosas que no puede hacer para no derretirse. A pesar de ello, juntos el niño y el muñeco descubren un mundo de posibilidades. Sobre todo cuando el muñeco le demuestra que puede volar y le enseña paisajes inspirados en el propio hogar del autor. Cuando la nieve se derrite el muñeco desaparece, pero el niño sabe que volverá. Por ello, el final es agridulce pero esperanzador, típico de Briggs. Igualmente sucede con sus dibujos afables y su conexión con los más pequeños.
Tras el éxito de “La llamada de lo salvaje”, Jack London publicó otra historia memorable sobre la vida salvaje: “Colmillo blanco”. En este caso, el proceso descrito es ligeramente inverso al de su anterior obra. El protagonista es un lobo salvaje que acaba viviendo en un ambiente doméstico. Colmillo Blanco empieza la historia devorando hombres en la Alaska más recóndita, para luego pasar por varios amos. Uno de ellos es especialmente cruel, y el protagonista sobrevive y acaba en manos de un amo bondadoso. Su tranquila existencia en California es interrumpida por los conflictos entre los humanos. Colmillo Blanco consigue tener unos cachorros que abren la posibilidad a mantener la estirpe del lobo. Se realiza una voraz crítica de la sociedad humana, pues se muestra que a pesar de que Colmillo Blanco se integre en parte de ésta, el mundo de los hombres es igual de violento o más que el mundo salvaje.