Mientras que en la primera entrega de Corduroy el osito protagonista lucha por ser comprado y finalmente disfruta de una vida en familia, en esta segunda parte se enfrenta a una situación desesperada en lo que parecía ser una jornada divertida para él y su familia. Corduroy acude con Lisa y su madre a la lavandería. Siempre atento a lo que hacen los humanos, Corduroy queda fascinado por cómo Lisa chequea los bolsillos para no introducir nada de valor o por error en la lavadora. El osito quiere hacer lo mismo, pero se percata de que no tiene bolsillos. Sin avisar a Lisa, Corduroy se va a buscar material para fabricarse uno, pero inevitablemente se acaba perdiendo y vuelve a la lavandería en el cubo de un artista. Por suerte, Corduroy acaba siendo rescatado al día siguiente y no hay momento más feliz que su reencuentro con su familia. Don Freeman sabía perfectamente cómo tratar temas como la seguridad infantil o tener una familia que te quiera, pues él mismo era huérfano y en su vida se sintió como un juguete abandonado y rescatado de forma feliz.
Corduroy es un conmovedor osito de peluche que ansía que alguien le saque de la tienda donde está puesto a la venta. Para ello, siempre posa como mejor sabe en su estantería. Una niña se interesa mucho por él pero la madre lo rechaza por asuntos económicos. La niña finalmente logra adquirirlo con su propio dinero. Algunas peculiaridades de esta enternecedora historia son que muestran una familia afroamericana, o el característico mono con tirantes verde de Corduroy. Una vez en la casa de la niña, el oso aprovecha cada noche para salir de aventuras. Muchos consideran que esta historia de Don Freeman está desfasada, pero lo cierto es que no contiene ningún ápice de ironía o maldad, y el mensaje de bondad es muy directo.