Cuando nadie pensaba que era posible una sola adaptación más de “Los tres cerditos”, David Wiesner llegó, vio y venció con su particular visión del clásico cuento. Y no sólo eso, también arrasó, pues se llevó la Medalla Caldecott del año 2002. Y es que su interpretación desenfadada de esta fábula la acercó más a la realidad actual. Todo pivota en torno a un giro radical, en el cual el escenario parece desvanecerse y entran en acción otros personajes que son dominio de la cultura popular. A partir de ahí la trama gana en complejidad y la lectura tiene múltiples ramas argumentales e interpretaciones. El estilo de las ilustraciones, del propio Weisner, también evoluciona desde un grafismo clásico hacia unos trazos más afilados y agresivos, estableciendo una división entre lo antiguo y lo moderno. La historia también goza de elementos surrealistas, que convierten a estos tres certidos en unos personajes explosivos, frescos y muy gratificantes.
Si el autor e ilustrador australiano Stephen Michael King es célebre por dibujar libros de otros, algunos autores clásicos incluso, esta vez es él quien se atreve con su propia obra. Sus inconfundibles trazos están cargados de color y derrochan simpatía, sensaciones que van a la par con la trama de “Henry y Amy”. En este canto a la amistad, Michael King habla de dos amigos improbables que acaban haciéndose inseparables. Henry es más visceral, travieso y curioso; mientras que Amy es refinada, lista y cuidadosa. Ambos se conocen por pura casualidad, pero desde el primer momento se sienten bien el uno junto al otro y empiezan a respetar sus diferencias. Este respeto mutuo acaba demostrándose como el principal pilar de una buena amistad, valor que cualquier persona debería aprender desde bien niño. Y es que el equipo que Henry y Amy conforman es capaz de todo. La crítica avaló el libro de Michael King concediéndole el CBCA de Australia.
Los tebeos de “Mortadelo y Filemón” son, con el permiso de El Quijote, el producto literario español más vendido y exportado de la Historia. Y es que más de 150 millones de ejemplares avalan la calidad y la vigencia de esta serie de cómics, que además ha sobrevidido cinco décadas conservando su frescura original. Francisco Ibáñez, mago de las viñetas, nos deleita en cada entrega con las ingeniosas y rocambolescas tramas que en el fondo son una ácida crítica a la política mundial y nacional, y que parodian a películas de acción, relatos de superhéroes o novelas de espías y detectives. Es posible que todos en España, sin excepción, conozcan o hayan leído alguna vez una historieta de estos dos entrañables personajes y sus excelentes secundarios como el Súper, Ofelia o el profesor Bacterio. La obra, en términos generales, le reportó a Ibáñez múltiples premios, entre los que destacan la Medalla al Mérito de las Bellas Artes en España. Unos cómics que son de imprescindible visita y que además aseguran elevadas y prolongadas dosis de humor.
Considerada una de las mejores novelas infantiles de la historia, “El jardín de medianoche” es la obra maestra de Philippa Pearce. Y esto no es decir poco, puesto que la autora inglesa creó algunos de los relatos más conocidos y leídos durante la segunda mitad del siglo XX. La narración se centra en Tom, un chico el cual es enviado a vivir un tiempo con sus tíos. El emplazamiento es una casa de la campiña inglesa. Aunque al principio todo parece normal, Tom siente curiosidad por el pasado de la casa y cada noche se aventura en el jardín, donde conoce a una misteriosa chica llamada Hatty. Es entonces cuando la historia cobra tintes sobrenaturales y entremezcla el pasado y el presente hasta un sorprendente final. Detrás de todo ello, Pearce nos muestra un sinfín de valores que todos deberíamos asimilar. Empezando por el poder de la amistad, continuando con la tolerancia y el respecto, y concluyendo con la honestidad y fidelidad a uno mismo. El envoltorio en el que nos presenta esta maravilla es un relato absorbente que despertará la melancolía de los jóvenes lectores, y les ayudará a apreciar lo efímero de todo.
La tan bien asentada industria del cómic europeo actual gozó de un apogeo progresivo desde la mitad del siglo XX hasta el final del mismo. Muchos de los personajes icónicos de este movimiento, ahora héroes de la cultura popular como Astérix, Tintín o Lucky Luke, surgieron de la imaginación de la cantera franco-belga. Éste es el caso también de “Gastón el Gafe”, menos célebre que los previamente nombrados pero igualmente carismático y venerado por sus fans. Gastón se publicó en el brillante Journal de Spirou, y desde el primer momento abanderó un humor crítico con la precariedad laboral y las desigualdades sociales. Todo a través del protagonista, un desastre en su trabajo y que sueña con vivir bien de sus malogrados y extravagantes inventos. Siendo esto el centro de la risa en estos tebeos, hay que contar también con los imprescindibles personajes secundarios, las rocambolescas situaciones que se dan y las ingeniosas soluciones que se dan a los problemas. Y todo mostrando valores de paz, amor por la naturaleza y respeto por el trabajo digno y en condiciones.
“El castillo de púas” es uno de los clásicos más conocidos de la literatura infantil de Hungría. Esta obra, que sigue gozando de tremendo éxito y vigencia en su país de origen, retrata el medio rural del país centroeuropeo. Y lo hace István Fekete, conocido por su activismo en pos de la flora y la fauna de su patria, a través de dos jóvenes que veranean en el campo, cerca del lago Balatón. En esta época y en la susodicha región son instruidos por ancianos o lugareños experimentados, sabios que les enseñan valores que no se aprenden en otro sitio. Y es que pronto los dos muchachos sabrán defenderse de cualquier amenaza, sobrevivir en pleno monte y disfrutar concienzudamente de la naturaleza. “El castillo de púas” (“Tüskevár” en versión original) fue la Mejor Novela del Premio Big Read, de Hungría, y su éxito se relanzó con adaptaciones cinematográficas y secuelas literarias.
Si en otras ocasiones hemos hecho alusión a la fama de ciertas obras por sus adaptaciones cinematográficas, esta vez no puede ser menos. Es inevitable no relacionar “Ciento un dálmatas” como un Clásico Disney. Aunque la película se estrenó en 1961, cinco años antes se había publicado la obra original en forma de cuento infantil y de la mano de una de las más consumadas novelistas británicas de entonces, Dodie Smith. La historia, que todos conocerán, ejemplifica la lucha por los derechos de los animales, y es una crítica mordaz a la sociedad del consumo y al sacrificio animal innecesario. Los señores Pongo tienen una camada de quince cachorros, y sus dueños, los Dearly, deben contratar a una ama de leche para que los cuide. Nada más conocida la noticia de la excepcional camada, la malvada Cruella de Vil los secuestra para hacerse un abrigo de piel, junto a otros ochenta y tantos dálmatas. Desorbitado sacrificio para tal fin. Por suerte, los padres acaban encontrando a sus cachorros y los salvan. Si la película es recomendable, el libro de Dodie Smith lo es todavía más, pues posee más pasajes y una mayor dosis de diversión que su homónima de la gran pantalla.
Los duendecillos son seres fantásticos a menudo simpáticos y con buenas intenciones, pero a los cuales a veces los niños temen porque simplemente se inmiscuyen sin avisar en sus vidas. Esto es lo que suele hacer Dick, un pequeño duende de muy buen carácter y voluntarioso, que a pesar de ello debe esconderse de las miradas de los humanos. Dick habita una mansión de la campiña inglesa en plena Guerra Civil. Éste se encarga de barrer de vez en cuando y evitar que sucedan desastres, todo sin mostrarse a los demás y sin recibir agradecimientos por ello. Los nuevos propietarios de la casa son menos supersticiosos que los anteriores, y por eso para ellos lo sobrenatural y fantástico pierde fuerza. Su fe, no obstante, la recobrarán cuando Hobberdy ayude al hijo de la familia a conseguir el amor de la chica a la que quiere, y cuando salve a la hija de que unas brujas la secuestren. Como podemos imaginar, un fabuloso relato de un género bien conocido y representativo de la literatura infantil británica, la fantasía y la magia englobadas en situaciones realistas. Y todo esto a cargo de una experta en el campo del folclore y la tradición ingleses: Katharine M. Briggs.
La poesía es uno de los géneros de la literatura que debería presentarse adecuadamente a todo niño desde la más tierna infancia. Que posteriormente quiera seguir disfrutándolo o se sumerja en el maravilloso mundo del verso, es su decisión, pero que al menos se le facilite el conocerlo. Una de las mejores obras para introducirse en las rimas es “Navidad de un niño en Gales”, del célebre poeta galés Dylan Thomas. La obra literaria fue predecida en su publicación por una narración en radio de tremendo éxito un año antes, en 1953. Considerada todavía una de las mejores narraciones en verso para niños de siempre, Thomas nos evoca sentimientos de la infancia como si los estuviésemos viviendo. A su lado está el fabuloso ilustrador Edward Ardizzone, quien facilita sobremanera la tarea de conmover con sus trazos. Thomas rememora, especialmente, la Navidad y todo lo que ella conlleva, como época familiar y cuyos recuerdos quedan grabados a fuego en la memoria de cualquier persona a lo largo de su vida. Cualquier detalle de este cuento, ya sea la nieve como los juguetes o los villancicos, causarán una agridulce sensación en el lector, fruto de esa melancolía por la infancia que siempre arrastramos.
La pareja autor-ilustrador formada por Jon Scieszka y Lane Smith ya había fascinado al mundo de la literatura infantil con su versión rebelde y sin tapujos de un clásico en “La verdadera historia de los tres cerditos”. Tras el éxito de ésta, volvieron a la carga con la misma receta en “El apestoso hombre queso”. Y es que esta vez le toca el turno a los cuentos de hadas. A través de las páginas de esta fabulosa obra se desmontan tópicos como el final feliz, las lecciones morales al uso, la lucha del bien contra el mal y el amor como eje de la narrativa. Todo es más difuso ahora, y los niños desarrollarán gracias a ello su capacidad crítica, principal objetivo de los autores. Varios de los cuentos que todos conocemos tienen un diferente devenir y un final distinto. Por supuesto, no todo es cuestión de irreverencia, sino que también es un genial producto de entretenimiento y está creado para hacer reír con sus incontables dosis de humor.