La experiencia de leer “La casa embrujada” es incomparable a la de cualquier otro libro infantil. Jan Pienkowski era un perfeccionista que hizo evolucionar la literatura infantil a base de introducir detalles, ingenios y pop-ups. Muchos han dicho que esta obra es como un viaje a través de un parque de atracciones. Contiene texto e incluso una historia que seguir, pero esto queda sepultado por las apariciones de los monstruos y por los desplegables que contiene. Además, el simple hecho de que el cuento sea de terror, hace que el niño esté siempre alerta y atento a lo que está viendo. La interacción entre el lector y la obra nunca había sido llevada tan lejos como con “La casa embrujada”. Incluso el estirar un desplegable puede provocarte más de un susto… Gatos negros, ojos que se mueven, damas de aspecto lúgubre, tentáculos y muchos más detalles variopintos desfilan en esta maravilla de Pienkowski.
De la saga homónima, este libro es realmente el segundo de la misma. La saga completa de “La casa de la pradera” cuenta la infancia de la autora, y se inició con el fabuloso “La casa del bosque”. En este libro se cuenta el viaje de la pequeña Laura Ingalls con su familia desde Wisconsin hasta Kansas. Los padres de Laura muestran una actitud positiva que intentan transmitir a la niña para que se sienta segura a lo largo del viaje y para que distraiga su mente de los peligros del camino. La precisión histórica del relato es admirable, y se describen paisajes, vestimentas, costumbres y la presencia de los nativos norteamericanos. Como en otras novelas de Ingalls, la mirada es más adulta de lo que puede parecer, y la melancolía y crudeza conviven con la inocencia de la pequeña protagonista. Una imprescindible de la literatura infantil de Estados Unidos.
Al igual que sucede con Mike Mulligan y su excavadora, en este cuento de Virginia Lee Burton se muestra la humanización de un gran objeto o construcción. En este caso, como el nombre indica, se trata de una casa. Concretamente, es una pequeña casa situada en medio del campo, en Estados Unidos, y construida en el siglo XIX. De forma muy interesante, se muestra cómo la casa puede ver a sus dueños originales y a los niños jugar. Sin embargo, el tiempo pasa y los niños se van, el progreso hace que se construyan más infraestructuras y pronto se ve absorbida por una ciudad. Una lejana descendiente de los dueños originales la recompra, la traslada al campo y puede vivir de nuevo en un ambiente bucólico de paz y tranquilidad. De nuevo, es una crítica al progreso y a la suplantación de épocas históricas por otras venideras, así como una exaltación de la vida rural. Las ilustraciones son de llamativa acuarela.