La delicadeza con la que hay que tratar temáticas como el abuso en la escuela, en el mundo de la literatura, es considerable. Y más todavía si el público potencial son lectores adolescentes. La alemana Kirsten Boie empleó su condición de maestra para hablarnos del bullying magistralmente, denunciándolo y haciéndose eco para atajarlo. El protagonista, Niklas, sufre en sus propias carnes las vilezas de Karl, un chico nuevo en el colegio. Karl le roba, se aprovecha de su amabilidad e incluso lo agrede físicamente. Nadie cree al pobre Niklas, y éste deberá batallar duramente para que su voz sea escuchada y considerada, empezando por sus propios padres, y siguiendo por los amigos, profesores e incluso la policía. Un relato espeluznante que aborda un drama cotidiano y realista, y por tanto imprescindible, alejado de las novelas de aventuras o románticas para adolescentes que suelen poblar las estanterías.
Desde el punto de vista puramente artístico, “La madre tatuada” es una obra tremendamente original, tanto por la forma de narrar de Jacqueline Wilson como por el uso inteligente de recursos en las ilustraciones por parte de Nick Sharratt, como el incrustar el texto en los tatuajes de la madre. Las protagonistas son Dolphin y Star, dos niñas cuya madre es mentalmente inestable y con la que deben convivir día tras día sin predecir su comportamiento. Unos días su madre, llamada Marigold, se entrega por completo y es muy divertidad mientras que otros, no da palo al agua y las hijas deben tomar las riendas de la familia para salir adelante. Esta desestructuración provoca que las niñas maduren a la fuerza. Aunque también es diferente la manera en que cada una afronta la problemática. Star, por un lado, es cínica y tajante con su madre; por otro lado, Dolphin sabe sacar lo mejor de Marigold y exprimir los días buenos. Es el contrapunto que realmente necesita la familia para no irse a pique. Wilson nos muestra lecciones compasivas sin caer en el sentimentalismo, y entendiendo que esta desgarradora historia muestra una circunstancia desafortunadamente común.
La controversia es una de las señas de identidad de las obras de Fleur Beale, escritora neozelandesa prolífica que recibió un premio nacional en 1999 por “No soy Esther”. Esta vez el turno es del sectarismo religioso y la fe ciega. La protagonista, Kirby, pierde a su madre en extrañas circunstancias y debe irse a vivir con su tío Caleb. Éste es miembro de la secta Hijos de la Fe, cuyos valores se oponen a las nuevas tecnologías y al estilo de vida moderno. Esto contraría mucho la moral de Kirby, quien no está a gusto con su nuevo rol. Mucho menos cuando oscuros y violentos detalles sobre la secta empiezan a descubrirse. La gota que colma el vaso es cuando le hacen cambiar su nombre original por el de Esther, algo por lo que nuestra protagonista no está dispuesta a pasar. La autora censura este tipo de prácticas religiosas y contextualiza al adolescente como moldeable en estos ámbitos, además de criticar abiertamente la crueldad e ignorancia de los que llevan a cabo estas actividades.