¿Nunca habéis experimentado esa sensación en la cual deseáis volver a vuestra plácida rutina? Es algo natural, especialmente cuando se está viviendo una situación agitada o cuando uno está saturado de tanta aventura. Esta premisa, a priori tan sencilla, es con la que Arthur Yorinks juega en “Hey, Al” y se la muestra a un público infantil. El protagonista, Al, tiene una vida muy simple y rutinaria, pues trabaja de conserje y vive solo en un piso de Nueva York con su perro Eddie. A pesar de que se tienen mutuamente, realmente son un desastre en el mantenimiento del orden del hogar, y sin embargo se quejan de lo aburrida que su vida es. Un día aparece una especie de tucán gigante que les propone llevarlos volando hasta el paraíso, oferta que los protagonistas aceptan sin rechistar. Sin embargo, y como nos sucede a cualquier persona, Eddie y Al empiezan a añorar su vida normal, más tranquila y segura. Al regresar a Nueva York ambos entonan la máxima “hogar, dulce hogar”, y sienten su pequeño piso del West End como el mejor lugar del mundo. Con este fabuloso cuento los niños valorarán la estabilidad familiar y el concepto de “hogar” por encima de otras superficialidades.
Las fábulas de Wilhelm Hey fueron un tremendo instrumento didáctico durante el siglo XIX. Sobre todo gracias a su brevedad: una ilustración acompañada de un poema de dos estrofas. Esta obra aúna 50 poemas en la que los protagonistas son animales y niños, por lo que se pretende enderezar conductas desde la más temprana infancia. Por ello siguen tienen validez actualmente.
Algunos ejemplos de fábulas que contiene este libro son “El cisne”, donde éste riñe a un niño que arroja cosas a los polluelos; “Murciélagos y pájaros”, donde se censura la discriminación; o “Caballito mecedor, caballito de palo”, más cómica.