El Nestlé Children’s Book Prize del año 2000 fue a parar a William Nicholson y su “El silbador del viento”. Esta novela es la primera de una trilogía de fantasía pura y dura, con toques mitológicos y características que recuerdan a épocas históricas reales. El eje narrativo contiene leyendas, ciudades amuralladas, reyes injustos, nombres propios, ejércitos, guerra y todo tipo de elementos idiosincráticos de una buena ficción épica y fantástica. El título del libro deriva de un extraño silbador que mantenía felices a los habitantes de Aramanth. La entrega de éste al ejército invasor tranquilizó a los opresores, siendo el punto de partida para desarrollar una historia conmovedora de lucha por la paz. El mundo creado por Nicholson se sostiene a la perfección a la vez que entretiene a los lectores adolescentes ávidos de fantasía.
Antes del éxito mundial que Hayao Miyazaki y su Studio Ghibli consiguieron con películas como “Mi vecino Totoro”, “La princesa Mononoke” o “El viaje de Chihiro”, el autor se dedicó al cómic japonés y efectuó una bella creación que posteriormente también adaptaría al cine. “Nausicaa” se sitúa en un mundo posapocalíptico, escenario común en los relatos venidos de Japón, donde prima la supervivencia. La protagonista, que da título a la obra, es una guerrera que lucha por salvar su imperio al tiempo que acaba con los de imperios oponentes. Esta doble moral está muy bien narrada en el relato, el cual se engloba en condiciones fantásticas y particulares, como que la gente vive en sociedades feudales y existen densos bosques que emiten olores que afectan al comportamiento humano. Insectos gigantes, hongos mortíferos y plantas rebeldes habitan un universo en el que se critica especialmente el trato del ser humano para con la naturaleza. El antropocentrismo, exaltado en la guerra y en la condición política, se ha visto múltiples veces frenado por el poder de la naturaleza. Y Miyazaki nos invita a convivir con ella, respetando toda vida habida y por haber. Una oda a la defensa medioambiental de la mano de un clásico del cine de animación japonés.
“El viento en la Luna” destaca por la complejidad de su argumento. Éste se entrelaza de una forma en la cual el lector, a la vez que atrapado, sentirá la necesidad de resolver cómo acabará todo. Esta rocambolesca obra fue escrita a finales de la Segunda Guerra Mundial por Eric Linklater, con ilustraciones de N.C. Bentley, y pone de manifiesto muchas de las situaciones que se estaban viviendo por aquel entonces. Las protagonistas, Dorinda y Dinah, están rabiosas porque su padre ha partido a la guerra. Achacan la mala situación a que está soplando viento en la Luna, y se comportan mal por ello. Las fechorías de Dorinda y Dinah son el motor de la obra, puesto que ambas agotan la comida, acuden a un juicio e intentan descubrir las causas de un robo. Ambas llegan a interactuar con animales, dotando de un toque fantástico a esta curiosa obra. Muchas miserias de la guerra, como el hambre, también son denunciadas en este libro. Una lectura que hará volar tu imaginación.
Las novelas de aventuras precisan también elementos dramáticos para intensificar la narración en los momentos clave. El australiano Max Fatchen supo emplear este recurso al tiempo que pone de manifiesto el choque de culturas y el conflicto de mentalidades. El protagonista de “El viento del espíritu” es Jarl Hansen, un joven noruego que viaja a bordo del Hootzen hacia Australia. Hansen está enemistado con el oficial del barco, y trama escaparse nada más pongan pie en tierras australes. Jarl pone su plan en marcha y en su fuga salva a un aborigen de avanzada edad que estaba a punto de ahogarse. El anciano, de nombre Nunagee, lo refugia en su cabaña y lo cuida. Hansen se siente mal por implicar a tanta gente en sus problemas, e incluso el consulado de Noruega debe mediar en la crisis. A Jarl Hansen se le permite que se quede en Australia, pero el capitán del barco y un proscrito con sed de venganza irán tras él. En un giro digno de los mejores relatos de aventuras y haciendo homenaje a los ancestros aborígenes, el viento que da título al libro aparece invocado por Nunagee y salva a Jarl. Una magnífica novela donde la tradición australiana es venerada ante el punto de vista occidental.
Cuando se piensa en libros con animales humanizados suele venir a la cabeza el clásico “El viento en los sauces”. Kenneth Grahame recopiló historias que le contaba a su hijo, las cuales estaban protagonizadas por seres del bosque que se comportan como seres humanos. Entre ellos están la rata que navega con una barca, el topo que no sale de su casa y el sapo como imagen malvada. Además de retratar características de la sociedad, también se representan estampas inglesas como el Támesis o la campiña. La aproximación de Grahame es curiosa, ya que los animales son responsables y viven como adultos pero en el fondo se divierten como niños, saboreando la libertad, felices y lejos de otras responsabilidades. Una historia muy recomendable para la transición de la infancia a la adolescencia y para valorar cada momento de la vida y el espíritu de niño que no se ha de perder.
Esta profunda historia pone de manifiesto una actitud muy valorada en el siglo XIX, la bondad innata. Este siglo estuvo plagado de conflictos y se cuestionó realmente que el ser humano pudiera ser bueno por naturaleza. George MacDonald pretende dejar claro que esto existe, y lo hace a través de Diamond, un niño que viaja con el Viento del Norte (personificado como una mujer) a sitios donde todas las vertientes negativas de la personalidad humana no existen. Al volver reparte buenos actos a su alrededor. Las críticas hacia el libro surgieron a raíz de querer equiparar a Diamond con Jesucristo. Posiblemente, este personaje estuvo inspirado en el hijo del autor, que murió joven. Está repleto de poemas y canciones de tono existencial, y su profundidad y misticismo se consideran precursores de las nuevas oleadas de literatura fantástica, representadas por Tolkien y C.S. Lewis, entre otros.