El argumento de “Old Yeller” evoca las mejores historias de amistad entre hombres y animales. Fred Gipson nos traslada a los años posteriores a la Guerra de Secesión estadounidense, centrándose en el joven Travis y su perro Old Yeller. Travis queda a cargo de su madre y sus hermanas mientras su padre emprende un viaje de negocios desde Texas hasta Kansas. Corren tiempos difíciles, pero Travis será salvado por un pobre perro perdido que acabará adaptando. La amistad que se forja entre ambos difícilmente es vulnerable, y sólo la trunca un suceso dramático. Eso no impide describir el estilo de vida miserable de la posguerra en Estados Unidos y realzar la relación entre el ser humano y su mejor amigo: el perro. La adaptación cinematográfica de Disney ayudó en su momento a recatapultar la fama de la obra, aunque ahora no sea una de las películas más recordadas del sello. El Honor Newbery cosechado en 1957 también ayudó a tal fin.
La pareja autor-ilustrador formada por Jon Scieszka y Lane Smith ya había fascinado al mundo de la literatura infantil con su versión rebelde y sin tapujos de un clásico en “La verdadera historia de los tres cerditos”. Tras el éxito de ésta, volvieron a la carga con la misma receta en “El apestoso hombre queso”. Y es que esta vez le toca el turno a los cuentos de hadas. A través de las páginas de esta fabulosa obra se desmontan tópicos como el final feliz, las lecciones morales al uso, la lucha del bien contra el mal y el amor como eje de la narrativa. Todo es más difuso ahora, y los niños desarrollarán gracias a ello su capacidad crítica, principal objetivo de los autores. Varios de los cuentos que todos conocemos tienen un diferente devenir y un final distinto. Por supuesto, no todo es cuestión de irreverencia, sino que también es un genial producto de entretenimiento y está creado para hacer reír con sus incontables dosis de humor.
“El hombre del carro de bueyes” es una oda a la vida rural norteamericana del siglo XIX. En esta historia se describe el devenir de una familia en la que padres e hijos trabajan con tal de salir adelante. La importancia de respetar los ciclos de cultivo, las labores del campo y el autoabastecimiento sirven para mostrar cómo nuestros antepasados vivían anclados en una rutina de supervivencia sin dejar de tener una vida satisfactoria. Aunque a priori esto no parezca divertido, a los niños les encanta adivinar qué va a pasar a continuación, en la siguiente estación del año. La previsibilidad del argumento les hará sonreír cada vez que lo adivinen. Además, simultáneamente se les inculcan valores de trabajo, convivencia y esfuerzo. El autor Donald Hall se inspiró en un poema propio para desarrollar esta historia, y se asoció con la artista Barbara Cooney para incorporar ilustraciones sencillas pero cargadas de información.