“La niña que amaba a los caballos salvajes” fue Medalla Caldecott en 1979 y premió así a uno de los autores que con pasión mejor han descrito a los indios nativos norteamericanos, concretamente a los de las llanuras centrales. A pesar de que Paul Goble era inglés, se enamoró de Dakota del Sur de tal forma que fue la principal fuente de inspiración para su obra. La historia se centra en una niña a la cual le encantan los caballos, con quienes deambula por las llanuras junto a su pueblo. Un día, la manada y el pueblo se separan, y la niña tiene el dilema de si permanecer con sus congéneres o seguir a la manada. Los caballos, especialmente el líder, manifiestan el deseo de que la niña esté con ellos. La niña acaba juntándose con la manada. Una misteriosa yegua aparece más adelante junto al semental… Las ilustraciones evocan las llanuras de Estados Unidos y la cultura india como pocos libros lo han hecho, sirviendo de homenaje al pueblo nativo.
El autor, Harold Keith, se basó en entrevistas con veteranos de la Guerra de Secesión estadounidense para dar forma a esta novela histórica. El protagonista es Jefferson Davies Bussey, un chico de 16 años de Kansas que se alista en el ejército de la Unión motivado por los ideales de Abraham Lincoln. No obstante, a medida que se sucede el conflicto, Bussey se percatará de que no todo es blanco y negro en la guerra. Empieza a comprender algunas de las partes del bando oponente y sufre las desgracias de la guerra. Esta confusión se acentúa para Bussey cuando se enamora de Lucy, hija de un cherokee. De hecho, éste es otro de los temas que Keith trata con habiliadd en “Rifles para el general Watie”: el papel de los nativos norteamericanos en el conflicto. El general Watie era cherokee y fue considerado héroe de guerra. Éste es uno de los muchos personajes reales que aparecen en esta apasionante novela ambientada durante la Guerra Civil de Estados Unidos.