Virginia Hamilton es una de las representantes de la literatura infantil afroamericana más querida de Estados Unidos. Esta autora ha conseguido aunar éxito comercial y de crítica con sus historias protagonizadas por personajes de origen afroamericano, y cuyo argumento nace directamente de la tradición oral de este pueblo. En “La gente podía volar”, se vislumbra una ligera vena fantástica, puesto que se muestra a algunos esclavos que pueden volar. Dicha capacidad la pierden al ser aglutinados en barcos y esclavizados, pero cuenta la leyenda que algunos todavía retienen ese poder. Ese poder aletargado se manifestará más tarde, ya en Norteamérica, para escapar de las garras de los esclavistas. La narración, ya de por sí preciosa, es salpicada por las fenomenales ilustraciones de los premiados Diane y Leo Dillon, enriqueciendo más si cabe la obra. De nuevo, de la mano de Hamilton, tenemos todo un canto a la libertad.
Muchas veces, para aprender una lección, hay que exagerar las consecuencias de la misma. Sobre todo si se está tratando de educar a un niño. En este libro, Verna Aardema se inspira en un mito africano para poner de manifiesto las consecuencias de obrar mal y de mentir a los demás. El título del cuento, “Por qué zumban los mosquitos en los oídos de la gente”, es respondido a través de la historia que es contada. El relato se inicia con el mosquito mintiendo a la iguana. Ésta, abrumada por lo que el mosquito le ha contado, se tapa las orejas, y ofende a la serpiente pitón, quien piensa que la iguana está siendo maleducada con ella. Un cúmulo de malentendidos encadenados provocará que el sol acabe por no salir. Al final todos descubren que la culpa había sido del mosquito, quien aprende del error y no vuelve a mentir nunca más. Para asegurarse que nadie está enfadado con él, el mosquito estará siempre rondando los pensamientos de los demás. Es por eso que los mosquitos, como bien dice el cuento, zumban en los oídos de la gente. Una moraleja sobre la verdad que todos debemos tener bien aprendida.
La relación entre los padres y los hijos resulta siempre complicada, sobre todo porque cada uno posee un punto de vista totalmente antagónico al del otro. Asimismo, los padres suelen obrar mal cuando presionan a sus hijos a ser igual que el resto de niños, o como a ellos les gustaría que fuesen. Este escabroso tema es tratado a la perfección por Robert Kraus en “Leo, el retoño tardío”. Leo es un tigre que todavía no sabe leer ni escribir, mientras que el resto de sus amigos animales sí. Su padre se desespera porque su hijo no está a la altura que se espera de él, y la madre, más paciente, le insta a aguardar el éxito de Leo. Cuando Leo finalmente se desarrolla adecuadamente, sus logros son celebrados. Las ilustraciones del filipino Jose Aruego rebosan humor y retratan muy bien el estado de ánimo de Leo y cómo lo ven sus familiares y amigos. Con este libro se satiriza el comportamiento a veces extremista de unos padres sobreprotectores y obsesionados con la educación de su hijo, y permite a los niños quitarse presión de cara a su rendimiento en la escuela.
“Frederick” es otra joya de Leo Lionni en la que el autor hace uso de su estilo colorido y bello en la ilustración, al tiempo que aporta brevedad pero especificidad en el texto. El protagonista es Frederick, un ratón que vive con su familia en el campo y que es considerado como un holgazán. De hecho, a ojos de todos así puede parecerlo, ya que Frederick se tumba en el prado y divaga mientras el resto de la familia recoge cereales durante el verano. Las críticas hacia Frederick son constantes, pero él confía en quitarles la razón. Cuando llega el invierno, todos están apenados y tristes por no poder salir de casa. Entonces Frederick empieza a recitar sus poesías, a decir frases hermosas y a alegrar la existencia de los demás con sus ocurrencias. La familia de Frederick lo ve como un mago, y de esta forma se demuestra el poder de las palabras para cautivar a cualquiera. Lionni da una lección sobre la belleza del arte y la felicidad que trae hasta en las situaciones de mayor austeridad.
Probablemente muchos niños habrán disfrutado con la película “Buscando a Nemo”. En tal caso, es fácil encontrar el paralelismo entre esta aventura animada y la que se presenta en “Nadarín”. Este cuento de Leo Lionni fue galardonado con la Medalla Caldecott en 1964, y es un relato de supervivencia y amistad. Nadarín es un pececillo negro que se encuentra solo una vez que todo el banco en el que se encontraba, formada por peces rojos, es devorado por un atún gigante. En su deambular por el océano encuentra seres de todo tipo, como anguilas o langostas. No obstante, muchos de estos seres quieren comérselo, y Nadarín pasa verdaderos momentos de miedo. Por suerte, Nadarín encuentra otro banco de peces rojos y los adiestra para nadar y esquivar a los depredadores que habitan el fondo del mar. Las ilustraciones de “Nadarín” son preciosas y el texto es escaso. Uno de los puntos fuerte es buscar al protagonista en las páginas, pues se pierde entre el collage que conforma el fondo oceánico. Toda una experiencia literaria que merece la pena conocer.
Los cuentos de Leo y Popi discurren a través de situaciones cotidianas que para el protagonista suponen pequeñas aventuras. Leo es un niño que tiene un mono de peluche llamado Popi. Como todo peluche, Popi carece de movimiento alguno, pero ante el lector se muestra como un mono real a causa de que cobra vida gracias a la imaginación de Leo. Esta serie de cuentos ha acompañado a niños de todo el mundo durante décadas, especialmente en Francia e Inglaterra. Helen Oxenbury es la encargada de ilustrar con sus característicos tonos pastel y la ausencia de fondo, lo que hace que los detalles sean más vívidos. El principal mensaje es cómo la imaginación de un niño puede llevarle a creer cosas que no son reales como ciertas, y lo feliz que puede ser gracias a ello. Todo ello derrochando inocencia y calidez, y un lector infantil verá a Popi como un amigo suyo más. Todo un clásico de los cuentos infantiles de niños y peluches.
Nunca una idea tan simplista tuvo tanto éxito. Los protagonistas de este cuento son dos sencillas manchas redondeadas, una amarilla y otra azul. Ambas son muy amigas, son vecinos, pasan el día en el colegio juntos, etc. Por la tarde, tras haberse perdido una de otra, se abrazan de alegría y ambas se funden en una única mancha verde. Al separarse para volver a casa, sus padres no las reconocen por el cambio de color. Finalmente, recobran su apariencia original. Leo Lionni tuvo esta original idea para introducir el concepto de color entre los más pequeños, además de que innovó con la técnica del collage de papel cortado. La sencillez de la obra la acerca más a los niños.