“El castillo de púas” es uno de los clásicos más conocidos de la literatura infantil de Hungría. Esta obra, que sigue gozando de tremendo éxito y vigencia en su país de origen, retrata el medio rural del país centroeuropeo. Y lo hace István Fekete, conocido por su activismo en pos de la flora y la fauna de su patria, a través de dos jóvenes que veranean en el campo, cerca del lago Balatón. En esta época y en la susodicha región son instruidos por ancianos o lugareños experimentados, sabios que les enseñan valores que no se aprenden en otro sitio. Y es que pronto los dos muchachos sabrán defenderse de cualquier amenaza, sobrevivir en pleno monte y disfrutar concienzudamente de la naturaleza. “El castillo de púas” (“Tüskevár” en versión original) fue la Mejor Novela del Premio Big Read, de Hungría, y su éxito se relanzó con adaptaciones cinematográficas y secuelas literarias.
El argumento de “Old Yeller” evoca las mejores historias de amistad entre hombres y animales. Fred Gipson nos traslada a los años posteriores a la Guerra de Secesión estadounidense, centrándose en el joven Travis y su perro Old Yeller. Travis queda a cargo de su madre y sus hermanas mientras su padre emprende un viaje de negocios desde Texas hasta Kansas. Corren tiempos difíciles, pero Travis será salvado por un pobre perro perdido que acabará adaptando. La amistad que se forja entre ambos difícilmente es vulnerable, y sólo la trunca un suceso dramático. Eso no impide describir el estilo de vida miserable de la posguerra en Estados Unidos y realzar la relación entre el ser humano y su mejor amigo: el perro. La adaptación cinematográfica de Disney ayudó en su momento a recatapultar la fama de la obra, aunque ahora no sea una de las películas más recordadas del sello. El Honor Newbery cosechado en 1957 también ayudó a tal fin.
Philippa Pearce usa una vez más los elementos autobiográficos típicos de su obra en este “Minnow en el Say”. El escenario es el medio rural inglés que envuelve a Cambridge y la época es la infancia durante las vacaciones de verano. Aunque posee reminiscencias de la niñez de Pearce, el protagonista es David, quien ayuda a Adam Codling a encontrar un tesoro vital para este último. Si no lo consigue, corre el riesgo de ser excluido por su familia. Aunque la premisa es la de una novela de aventuras, la historia va mucho más allá, sirviendo de crítica de las desigualdades sociales en la Inglaterra de los años 50. Ahí reside la riqueza del libro, junto a matices que evocan sensaciones agridulces de la infancia. Y es que, a pesar de que infinitamente es una época de felicidad cuando se vive, también nos acompañaron en ella acontecimientos difíciles que nos han marcado y que hemos debido superar. Y que, por supuesto, han moldeado nuestra mentalidad adulta. Philippa Pearce se adelanta a todo ello enseñándoselo al pequeño lector con este excepcional relato.
Esta obra podría recomendarse con varios datos que sirven como sello de calidad. Por ejemplo, que el autor sea Meindert DeJong, ganador del Premio Hans Christian Andersen; y que tenga por ilustrador al celebérrimo Maurice Sendak. Los premios cosechados, la Medalla Newbery y el Deutscher Jugendliteraturpreis, rematan la carta de presentación. La historia transcurre en una región de Holanda, escenario de la infancia de DeJong, donde una pandilla de niños se preocupa porque en su pueblo nunca anidan la cigüeña, al contrario que en las aldeas próximas. Cuando descubren el motivo, que es la excesiva inclinación de los tejados, los protagonistas están decididos a solucionarlo colocando una rueda en lo alto. La cuestión entonces es encontrar una rueda en condiciones. Ésta aparece bajo un barco, y el problema a partir de aquí es poder cogerla antes de que suba la marea. Los niños consiguen que todo el pueblo de Shora se implique en la búsqueda, recogida y colocación de la rueda, y dos cigüeñas acaban por anidar en ella. Un relato que habla del esfuerzo y la persecución de los sueños, los cuales llegar a su consecución con la suficiente perseverancia.
Si se ha comentado que la literatura escandinava ha gozado de éxito en todos los rangos de edad, especialmente el infantil, y durante tanto tiempo, un paradigma es el sueco Ulf Stark. En “Las mágicas zapatillas de mi amigo Percy” se rodea del ilustrador finlandés Olof Landström para contar una historia mágica y enérgica. El protagonista, llamado Ulf como el autor, carece de confianza y amor propio, sensaciones que se intensifican cuando un chico valiente y fuerte llamado Percy llega al colegio. Percy y Ulf se hacen amigos, y el valeroso Percy confiesa al protagonista que todo se lo debe a sus zapatillas, que son mágicas. Le promete que al renovarlas, se las dará. Ulf le da a Percy muchos de sus objetos personales, y consigue las zapatillas ya utilizadas de su nuevo amigo. Ulf cambia al instante y adquiere las virtudes de Percy, ganando autoconfianza y motivación. El niño que lo lea, no obstante, cuestionará si eso es cierto o se debe a la psicología moldeable de Ulf. Stark nos habla de la amistad de una nueva forma, y la importancia de tener contento a un joven para que pueda perseguir sus sueños y no se rinda ante las adversidades. Tal fue el éxito que esta primera entrega acabó siendo el origen de una trilogía.
Desde su publicación en 1989, “Edu, el pequeño lobo” (“Loulou” en su publicación original) se ha convertido en un clásico inmediato de la literatura infantil francesa y una de las principales referencias de lectura temprana en las escuelas, sobre todo del país galo. Y no es para menos, puesto que este fantástico cuento es legible por niños de cinco años a pesar de introducir reflexiones profundas en torno a la amistad, la muerte, la convivencia, el respeto por los demás y las diferencias irreconciliables. A modo de fábula moderna, esta historia de animales está protagonizada por un lobezno, Edu, y un gazapo, Tom. Ambos se conocen de forma fortuita cuando Edu había salido a cazar con su tío pero éste fallece fortuitamente. Como el inexperto Edu nunca había cazado antes y Tom jamás se había encontrado con un lobo, ambos se hacen muy amigos. No obstante, la naturaleza de cada uno hace acto de aparición, y el conejito Tom sueña que Edu se lo come. Esta manifestación del instinto hace que ambos deban separarse obligatoriamente, a sabiendas de que su amistad puede que sea imposible. Como vemos, la narración tiene detalles magníficos y muy serios de la mano de Grégoire Solotareff. Valores que un niño debe aprender desde bien pronto.
“¿Mortal, Unna?” fue nombrado en 1999 el Libro del Año por el CBCA de Australia. La narración transcurre en una aldea de la costa, y el argumento se vale de elementos muy idiosincráticos del país austral, de ahí su éxito. Además, Phillip Gwynne la elaboró como obra parcialmente autobiográfica, lo cual ayuda a alcanzar profundidad en las temáticas de adolescencia y amistad que se tratan. El protagonista y narrador es Gary Blacky, adolescente que juega al fútbol australiano. Además de Blacky, otros personajes de relevancia son su violento padre, el entrenador Arks, el viejo Darcy y su compañero de equipo el aborigen Dumby Red. La historia que se entreteje establece una crítica sobre las tensiones raciales todavía existentes entre ciertos sectores de población, aun teniendo en cuenta la relativa paz con la que se convive en Australia. Gwynne prosiguió la saga, en la cual enaltece todavía más las relaciones entre blancos y aborígenes. El fútbol australiano, por otro lado, sirve como escenario para valores de lucha, sacrificio y superación. Un relato profundo e imprescindible.
Es sumamente complejo manejar un relato de accidentes físicos y superación sin caer en banalidades o en tópicos. Wendy Orr supo hacerlo magistralmente en “Pelando la cebolla”. Anna Duncan protagoniza una novela en la cual su vida y sus ambiciones como karateka se ven fortuitamente truncada por un accidente que le impide volver a caminar con normalidad. Anna no soporta la compasión ni la condescencia de los que le rodean, especialmente su mejor amiga y su novio. Cuando más hundida se cree Anna, la vida le brinda una nueva oportunidad enamorándose otra vez. Es entonces cuando su psicología se transforma de forma óptima para vencer su lesión: comienza a valorar lo que tiene en vez de lamentarse por lo que no tiene. Nominado al CBCA de 1997, este relato fue un verdadero fenómeno en Australia, potenciado además de por su historia por la declaración parcialmente autobiográfica de la autora. Una ficción muy real en la que el drama convive con el humor, como en la vida misma.
Existe en Italia el denominado Premio Andersen (no confundir con el celebérrimo galardón bienal), otorgado por la revista homónima año tras año al mejor autor juvenil. En 1994 dicho reconocimiento se lo llevó “Salto al Otro Mundo”, de Bruno Tognolini, uno de los mejores novelistas adolescentes de las últimas décadas. El autor aúna a la perfección esa ambigüedad entre fantasía y realidad, tan presente en la mente de cualquier joven. Como una oda a la imaginación, nos presenta una pandilla de muchachos (Ce, Alemagna, Martino, Francesca y Dos) que deben rescatar a su colega Buio del “Otro Mundo”, una especie de universo paralelo fruto de sus ensoñaciones. Quizá parezca una historia de locura pero, nada más lejos de la realidad, Tognolini nos ejemplifica cómo en nuestro día a día todos nos sumergimos en momentos para evadir la cotidianeidad. Cada uno construye su propio mundo, y eso es lo que descubrirán, progresivamente y uno a uno, todos los protagonistas de la fabulosa “Salto al Otro Mundo”.
Una de las sagas literarias de ficción adolescente más longevas de siempre es “Jennings”, de Anthony Buckeridge. Más de cuarenta años estuvo publicándose, con un total de 25 entregas, y sin varias el escenario de la historia. Los protagonistas, Jenning y Darbishire, acuden al internado Linbury Court Preparatory. En cualquiera de las novelas ambos tienen diez años y los profesores son los mismos. Buckeridge empezó con este tipo de relatos de forma radiofónica para dar el salto posteriormente a los libros. Su razón de mantener inalterada la naturaleza de los personajes, de no hacer avanzar el tiempo, radica en su interés por definirlos bien y convertirlos en un referente de las historias de escuela y travesuras. Y vaya si lo consiguió, pues “Jennings” es todo un clásico del género. No sólo lo prolífico de la obra afianzó la serie, sino que el estilo de Buckeridge, desenfadado y fresco, también se conservó libro tras libro de forma brillante.