El relato que Judith Kerr nos ofrece en “Mog, la gata despistada” nos permite identificarnos en aquellos momentos en los que no nos sentimos útiles para nada. La protagonista es Mog, una gata que, pese a sus esfuerzos, sólo da quebraderos de cabeza a sus amos. La familia Thomas cuida y quiere a Mog, pero poco a poco la paciencia de éstos aminora y la única que sigue confiando en la gatita es Debbie, la hija. Mog entorpece la vida cotidiana de los Thomas sin ser consciente de ello, ya que se mete en medio sin querer o se olvida de cómo se tiene que comportarse o dónde están las cosas. Por suerte, todos tenemos nuestra oportunidad, y Mog la aprovecha, como no, también sin darse cuenta. Un día que sale al jardín para intentar escaparse se queda atrapada. Cuando quiere volver a casa, aprovecha la aparición de un hombre a medianoche en la cocina. Mog maúlla sin parar para reclamar su atención y lo que consigue es que el hombre, que era un ladrón, sea atrapado y descubierto. Los Thomas adoran desde ese momento a Mog y prometen que la tratarán bien y como una heroína.
Meg es una bruja la cual a menudo no tiene éxito efectuando sus hechizos. En sus aventuras la siguen su rayado gato Mog y un búho. El primer libro de todos muestra cómo Meg y Mog se despiertan en medio de la noche para acudir a una fiesta de Halloween. Vistiéndose y marchándose de forma atropellada, llegan a la fiesta, donde las cosas no van a mejor. En una metedura de pata, y dicendo “Abracadabra”, convierte sin querer al resto de asistentes en ratones, habiéndose de esperar al siguiente Halloween para revertir el efecto del hechizo.
Las aventuras de Meg y Mog son fácilmente reconocibles con sus estirados dibujos en blanco y negro, sobre fondos que destacan. No se usa un texto excesivo, siendo éste más de corte didáctico que poético. Eso sí, en cada página se vislumbra el sentido del humor característico de las historias de Meg, llevadas en ocasiones a la televisión.