“El almuerzo del farero” relata una situación relacionada con el mar, en un ambiente tranquilo, pero alterado por los propios elementos naturales de este paisaje. El protagonista es un farero, el señor Grinling. Su casa realmente está en una montaña más alta que el propio faro, y se las ingenia para tener todos los días el almuerzo listo sin tener que volver a casa. Su esposa lo prepara, lo introduce en una cesta y lo hace llegar deslizándose por un cable que va desde la casa hasta el faro. Todo transcurre dentro de la normalidad hasta que un día las gaviotas deciden interferir en el trayecto del almuerzo, y se lo comen todo. Las gaviotas no se frenan ni ante la presencia de un gato ni ante la cesta protegida. Sólo dejan de molestar al farero cuando deciden que ya han tenido bastante, y entonces se acercan al picnic de un pescador. Los relatos fundamentados en la comida suelen resultar atractivos para los niños, y éste, aparentemente normal pero con toques extravagantes, les encantará.
Este libro resulta muy especial porque se basa en dos construcciones reales, las cuales se hicieron famosas y trascendieron precisamente gracias al propio cuento. Se trata de un pequeño faro rojo situado bajo el puente George Washington de Nueva York. Inicialmente solo y usado como guía de los barcos, el faro rojo se asusta cuando comienzan a construir sobre él un gran puente gris. Pronto se siente inútil y piensa que lo derribarán. No obstante, el propio puente lo tranquiliza, y le dice que él seguirá siendo el amo del río Hudson. Es un acto de camaradería entre objetos inertes, lo cual siempre transmite una sensación de afecto. Los dibujos de Lynd Ward son geniales, acompañados de la imaginación de Hildegarde H. Swift. Se pretende mostrar que todas las cosas tienen su lugar en el mundo, necesario para que el niño se eduque en el respeto, pero también para mantener su autoestima conforme va creciendo. El faro protagonista todavía se encuentra en pie, aunque en desuso.