James Thurber es todo un maestro de la escritura original, irónica y musical. De esta forma, “Los trece relojes” transforma un cuento de lo más trillado en una experiencia totalmente novedosa y cautivadora. Es una historia de corte medieval cargada de elementos que aportan excentrididad y humor. El duque del Ataúd tiene secuestrada en su castillo a la princesa Saralinda, prometida con el príncipe Zorn. Éste elucubra una forma de rescatarla, disfrazándose y tratando de hacer frente a las locuras del duque. Y es que éste se piensa que es el dueño del tiempo por el hecho de tener trece relojes estropeados a las cino menos diez. Sus enajenaciones mentales le llevan también a matar a los sirvientes en función de la letra por la que comienza su nombre. Es así como el príncipe urde un plan para rescatar a Saralinda. Las pruebas que el duque convoca para retar a sus siervos son graciosas e inverosímiles a partes iguales, y el deseado final mantendrá a los lectores pegados a las páginas de este excepcional relato.
Hay numerosos cuentos para niños destinados a que éstos aparten sus miedos y logren dormirse. Muchas veces, la clave para ayudar a vencer estos miedos irracionales está en los propios padres. Con un poco de imaginación y ganas es posible ayudar al niño a que concilie el sueño. Ésta es la premisa de “De verdad que no podía”, de Gabriela Keselman. Esta autora argentina utiliza un argumento rutinario y lo envuelve de misticismo e incluso magia. Marc es un niño que tiene miedo y no se puede dormir, como sucede a menudo entre los más pequeños. Lo que hace especial a la historia es cómo la madre aborda la situación, exagerando la fantasía que hay detrás de cada vez que el niño tiene miedo para que éste deje de temer. El texto de Keselman, sencillo y rico en juegos de palabras, es aderezado con las ilustraciones de Noemí Villamuz, excelentes en cuanto a expresividad y que derrochan sentido del humor. Este libro es una lección tanto para los niños como para los padres, ya que les ayudará a saber resolver esta situación tan embarazosa.
“Los árboles son hermosos” fue la obra ganadora de la Medalla Caldecott en 1957. El esfuerzo conjunto de Janice May Udry y Marc Simont valió la pena para crear un libro con un lenguaje sencillo pero con tremenda fuerza poética, a la vez que unas deliciosas ilustraciones llenas de expresividad. Los protagonistas del relato son árboles, y con ello se puede esclarecer cómo la autora pretende transmitir el amor por la naturaleza. Considerado un libro infantil ecologista, en él se le transmiten al niño nociones del abanico de ideas de por qué un árbol es tan importante. Un árbol es esencial para la vida del resto de seres, algunos incluso nos dan de comer, pero es que también sirve para divertirse con ellos o como compañeros de relax. La autora también mostró algunas ideas desternillantes respecto a los árboles, por lo que el libro no pierde fuerza en el sentido humorístico. Udry fue fiel a su máxima de que “un buen libro infantil no debe aburrir a un adulto” con esta magnífica pieza.