Este libro resulta muy especial porque se basa en dos construcciones reales, las cuales se hicieron famosas y trascendieron precisamente gracias al propio cuento. Se trata de un pequeño faro rojo situado bajo el puente George Washington de Nueva York. Inicialmente solo y usado como guía de los barcos, el faro rojo se asusta cuando comienzan a construir sobre él un gran puente gris. Pronto se siente inútil y piensa que lo derribarán. No obstante, el propio puente lo tranquiliza, y le dice que él seguirá siendo el amo del río Hudson. Es un acto de camaradería entre objetos inertes, lo cual siempre transmite una sensación de afecto. Los dibujos de Lynd Ward son geniales, acompañados de la imaginación de Hildegarde H. Swift. Se pretende mostrar que todas las cosas tienen su lugar en el mundo, necesario para que el niño se eduque en el respeto, pero también para mantener su autoestima conforme va creciendo. El faro protagonista todavía se encuentra en pie, aunque en desuso.
Este libro puede considerarse un producto con doble filo, con interpretaciones y valoraciones muy diferentes dependiendo de si es leído por un niño o por un adulto. Esto se explica porque, a pesar de valerse de aventuras, criaturas fantásticas y situaciones surrealistas, dentro acoge una de las más feroces sátiras de la sociedad y crítica de la condición humana. Más específicamente, Jonathan Swift pretendía atacar la Inglaterra de los Estuardo.
En él, Gulliver, un médico a bordo de un barco, naufragaba en el remoto país de Lilliput, habitado por seres diminutos, que lo retienen atado. A pesar de que entabla amistad con ellos, debe marchar. A partir de entonces se suceden otras pintorescas aventuras por Brobdingnag, Laputa y Houyhnhnms, entre otros lugares ficticios. En todos ellos Gulliver vive duras experiencias, y acaba regresando a casa con una mentalidad totalmente diferente, sintiendo aversión por el ser humano.