La controversia es una de las señas de identidad de las obras de Fleur Beale, escritora neozelandesa prolífica que recibió un premio nacional en 1999 por “No soy Esther”. Esta vez el turno es del sectarismo religioso y la fe ciega. La protagonista, Kirby, pierde a su madre en extrañas circunstancias y debe irse a vivir con su tío Caleb. Éste es miembro de la secta Hijos de la Fe, cuyos valores se oponen a las nuevas tecnologías y al estilo de vida moderno. Esto contraría mucho la moral de Kirby, quien no está a gusto con su nuevo rol. Mucho menos cuando oscuros y violentos detalles sobre la secta empiezan a descubrirse. La gota que colma el vaso es cuando le hacen cambiar su nombre original por el de Esther, algo por lo que nuestra protagonista no está dispuesta a pasar. La autora censura este tipo de prácticas religiosas y contextualiza al adolescente como moldeable en estos ámbitos, además de criticar abiertamente la crueldad e ignorancia de los que llevan a cabo estas actividades.
Lo usual en literatura infantil, sobre todo si el rango de edad es inferior a 10 años, es que las lecciones vayan dirigidas a los pequeños lectores. “Ahora no, Bernardo” es una excepción a esta regla. Bernardo es un niño que, como todo hijo, requiere ocasionalmente la atención de sus padres. No obstante, éstos están demasiado ocupados con sus asuntos y dejan a Bernardo como última tarea pendiente. Ni siquiera cuando Bernardo alerta de la existencia de un horrible ser en el jardín sus padres reaccionan a tiempo. El monstruo engulle a Bernardo y, yendo la historia un paso más allá, sustituyo al niño como hijo. Los padres no se molestan ni en mirar para percatarse que no es su hijo el que está ahora en la casa. David McKee emplea una ingeniosa combinación de ilustraciones y texto para reñir a aquellos padres que desatienden a sus hijos. Y es que muchas veces hay que controlar la situación antes de que sea demasiado tarde. Los lectores más pequeños disfrutarán aleccionando a sus progenitores con este fabuloso cuento.
Una de las relaciones más sinceras y bonitas que un niño tiene es con sus abuelos. Éstos siempre dan todo sin pedir nada a cambio, y al no ser los responsables directos de los pequeños no se ven en la obligación de reñirles o aleccionarlos. Esta entrañable historia es la que nos ofrece el sudafricano Niki Daly en “No tan rápido, Songololo”, además ambientada en un marco incomparable como es la diversa y dinámica Sudáfrica posterior al apartheid. Songololo es el apodo con el que la anciana Gogo llama a su nieto. Éste realmente tiene por nombre Malusi. Gogo solicita la ayuda de su nieto para ir de compras, y Songololo acepta de buena gana. Con mucho respeto, Malusi ansía unas zapatillas nuevas, pues las suyas están a punto de romperse, pero no se atreve a pedírselas a su abuelita. Ésta, como compensación a su ayuda y percatándose de los deseos de su nieto, acaba adquiriéndole unas preciosas deportivas de color rojo. Malusi no cabe en sí de alegría, y valora su nuevo regalo y lo aprovecha al máximo, como una persona de bajo poder adquisitivo suele hacer con los detalles que han tenido con él. Malusi está tan entusiasmado que la pobre Gogo queda atrás en la calle, y debe pedir a su nieto que no vaya tan rápido, dando nombre al emotivo título de este inigualable cuento, premiado con el Horn Book y el Fanfare en 1987.
Emma Smith estableció en “No hay manera de saberlo” un curioso género resultado de mezclar la novela rural con la intriga. Publicado en 1972, este libro narra la vida de Amy junto a su abuela en una región del interior de Gales. Entre tanta montaña y paisaje cautivador es muy fácil quedar aislado, como les sucede a ambas protagonistas. Curiosamente, el mal tiempo no es el único de los contratiempos que aparece en el relato. Un día, reciben la visita de un desconocido que se lleva algo de comida sin mediar palabra. Más adelante, otros dos hombres diferentes y con esquís irrumpen buscando al susodicho. Como el título bien dice, no hay manera de saber quiénes son esos misteriosos visitantes. Sólo más adelante Amy su abuelita sabrán que todo estaba relacionado con una conspiración criminal de escala internacional. Smith sabe compaginar suspense con tranquilidad, alternando el ritmo frenético de las visitas con las relajadas descripciones de los valles galeses. Por supuesto, también hay cabida para la relación abuela-nieta, en la que se produce el intercambio habitual de sabiduría y vitalidad que todos hemos experimentado en nuestras vidas.
El animador Mo Willems se reconvertiría como escritor con esta primera incursión en el campo de la literatura infantil. “¡No dejes que la paloma conduzca el autobús!” es un cuento tremendamente interactivo que además hará reflexionar al pequeño lector. El niño debe sentirse identificado con la paloma, pues Willems la describe como un ser caprichoso y persuasivo. El padre o adulto, por otro lado, debe cumplir el rol de conductor de autobús. El texto se dirige al lector de forma espontánea, como si entablara una conversación con él. La historia cuenta cómo el conductor de autobús debe dejar estacionado momentáneamente su vehículo y solicita al lector que cuide que no se lo roben y, sobre todo, que no deje que la paloma la conduzca. La paloma se convertirá como un niño, con súplicas, pataletas, histeria y negociación desesperada. Por supuesto, como sucede con un niño, esta rabieta será temporal, y pronto se le pasará. El conductor acaba dando las gracias al lector por haber cuidado del autobús. Se trata de un libro didáctico a la vez que curiosamente entretenido.
Hay numerosos cuentos para niños destinados a que éstos aparten sus miedos y logren dormirse. Muchas veces, la clave para ayudar a vencer estos miedos irracionales está en los propios padres. Con un poco de imaginación y ganas es posible ayudar al niño a que concilie el sueño. Ésta es la premisa de “De verdad que no podía”, de Gabriela Keselman. Esta autora argentina utiliza un argumento rutinario y lo envuelve de misticismo e incluso magia. Marc es un niño que tiene miedo y no se puede dormir, como sucede a menudo entre los más pequeños. Lo que hace especial a la historia es cómo la madre aborda la situación, exagerando la fantasía que hay detrás de cada vez que el niño tiene miedo para que éste deje de temer. El texto de Keselman, sencillo y rico en juegos de palabras, es aderezado con las ilustraciones de Noemí Villamuz, excelentes en cuanto a expresividad y que derrochan sentido del humor. Este libro es una lección tanto para los niños como para los padres, ya que les ayudará a saber resolver esta situación tan embarazosa.