Como el “Cuento de Navidad” de Charles Dickens, “El expreso polar” resuena en los recuerdos navideños de la infancia de cualquier niño o niña. La magia de este clásico moderno de Chris Van Allsburg se extiende hasta nuestros días, y nos impregna de nostalgia durante la Navidad. El protagonista, nada crédulo ante esta época del año, se monta en el Polar Express en contra de su voluntad. El tren está atestado de niños en pijama que también se dirigen al Polo Norte. El niño que protagoniza la historia no se deja sorprender por Santa Claus ni por sus regalos, y humildemente solicita como presente un cascabel de un reno. A la mañana siguiente el niño no sabrá discernir si lo que ha vivido era un sueño o la realidad. Esa experiencia, envuelta en una atmósfera cálida y mágica, nos ha acompañado en algún momento de nuestra niñez, y por ello gusta tanto esta excelente obra, más que merecida Medalla Caldecott en 1986.
En España, ¿quién no conoce a Teo y nunca ha disfrutado de una de sus infinitas historias? Este niño pelirrojo de cabello rizado y jersey a rayas forma parte del imaginario infantil español desde hace generaciones. Sus libros, de escaso o nulo texto, reproducen situaciones cotidianas con las que cualquier pequeño puede identificarse. La célebre saga se inició con la colección “Teo descubre el mundo”, que incluye historias donde Teo monta en tren, en barco y en avión. El resto de entregas de las colecciones posteriores invitan a los niños a adquirir hábitos de lectura, y a disfrutar del día a día. Poco a poco, el fenómeno Teo adquirió un cariz internacional y todavía sigue vigente, en parte gracias al intenso merchandising en torno a su figura: serie, videojuegos y muñecos, por ejemplo. Teo es uno de los personajes más carismáticos y simpáticos de la literatura infantil española, y es un niño al que todos querrían tener como amigo. Los valores que transmite en sus cuentos rebosan optimismo, y ello lo convierte en un imprescindible en la educación de cualquier pequeño.
Actualmente las historias creadas en Japón, representadas sobre todo en forma de manga (cómic japonés), son admiradas por su originalidad y profundidad. Lo mismo sucedía ya con “Tren nocturno de la Vía Láctea” en los años 30’. En esta novela de Kenji Miyazawa, ilustrada por Bryn Barnard, se fusionan elementos de la cultura japonesa con rasgos de la sociedad occidental. Y es que, en este sentido, en Japón se estaban produciendo cambios. El protagonista es Giovanni, acompañado de su inseparable amigo Campanella. Mientras una noche se celebra el Festival del Centauro, Giovanni, quien sube a un monte a vislumbrar las estrellas, se descubre a sí mismo montado junto a su amigo en un tren que viaja por la Vía Láctea. La novela está plaga de elementos metafóricos, presentados a lo largo del viaje de los protagonistas. La forma en que dichas metáforas aparecen es deliciosa. Finalmente, sólo quedan en el tren los dos amigos y Campanella desaparece en el cielo. Al día siguiente, Giovanni se entera de que ha estado a punto de morir y que Campanella se sacrificó por él para salvarlo. Todo un canto a la amistad en forma de clásico de la literatura infantil japonesa.
“Viajeros al tren” es un trepidante cuento de Benedict Blathwayt que fascinará a aquellos que les gustan las historias con medios de transporte como protagonistas en general, y trenes en particular. El relato comienza cuando el maquinista se duerme y no pone el freno al tren, y éste empieza a moverse solo. El maquinista se verá obligado a dar caza al tren, por lo que empieza a perseguirlo de forma frenética valiéndose de otros tipos de transportes: barco, bicicleta, tractor, caballo e, incluso, helicóptero. Finalmente consigue alcanzarlo y puede volver a casa tranquilo. “Viajeros al tren” merece la pena tanto por su trama como por sus ilustraciones. El propio Blathwayt es capaz de dejar anonadado al lector con dobles páginas repletas de detalles del paisaje que atraviesa el tren. Otro aspecto que intensifica el sentido del humor del libro es que los dueños de los vehículos que el maquinista toma prestados también correrán para recuperarlos. Además, esta entrega dio pie a una saga que fue continuada con “Carrera a la meta” y “Más rápido, más rápido”.
Los libros del autor afroamericano Donald Crews están cargados de imágenes urbanas y de objetos pero casi nunca aparecen personas. Sus magníficos dibujos hacen que sea uno de los autores que mejor saben narrar sin necesidad de incluir mucho texto. En esta historia en concreto el protagonista es el tren y el concepto de movimiento. La idea surgió de los propios viajes del autor durante su infancia para veranear en Florida. Aunque haya pocas palabras, el ejercicio didáctico que supone disfrutar este libro no tiene parangón. Crews enseña los colores primarios, el movimiento, la progresión temporal, la velocidad y el cambio de lugar, todo en uno. Por tanto, se podría decir que es una pequeña maravilla dentro de los libros infantiles y una adquisición imprescindible si te gusta que tus hijos aprendan de verdad mientras recurren a una buena historia.
“Los chicos del tren” es otra novela de Edith Nesbit en la que los niños son protagonistas. Además, no son los mismos niños que otras de sus novelas como “Los buscadores de tesoros” o “Cinco niños y eso”. Sin perder su crítica social, en esta novela los hermanos Bobbie, Peter y Phyllis deben hacer frente a sus penurias económicas al tiempo que intentan averiguar por qué han secuestrado a su padre. La madre y su doncella no les dan respuestas, y cada vez tienen menos dinero. Viéndose obligados a vivir en el campo, los niños entonces quedan fascinados por las vías del tren que pasan cerca de su casa. Así se hacen amigos de los trabajadores y viven aventuras a costa de los viajeros que pasan cerca de ellos. Todo ello sin viajar realmente. Finalmente, descubren que su padre fue llevado a prisión injustamente por espía, y con la ayuda de un caballeroso viajero, consiguen liberarlo. Se trata de una historia conmovedora que muestra que no es necesario tener dinero para divertirse.
Las historias de Ivor son bastante surrealistas y se encuentran en la línea de otras en las que se muestran objetos, vehículos o construcciones antropomórficas. Ivor es una locomotora verde con pensamiento propio que viaja por Gales con el conductor Jones Vapor. Pese a estar servida de carbón y agua, no es feliz. Su amo averigua que quiere cantar en un coro. Con la ayuda de Dai Estación es llevado al coro de Evans Canción, a quien el tono de Ivor no convence. Después llevado al señor Morgan, quien le arregla las tuberías y es finalmente aceptado en un coro. Estos libros surgieron a partir de un programa británico de diez minutos. El escritor Oliver Postgate participaba en el proyecto previo, así como el ilustrador Peter Firmin. Esta obra está muy influenciada por el poeta galés Dylan Thomas en lo narrativo y se caracteriza por dibujos anacrónicos y simples.
Este entrañable oso ha vendido más de 35 millones de ejemplares y su popularidad es imperecedera. En la historia, llega como polizón a la estación de Paddington de Londres, procedente de Perú. El señor y la señora Brown lo acogen y le dan el nombre del lugar donde se lo encuentran. A partir de ahí Paddington es como un niño más, metiéndose en líos los cuales parecen aventuras para él mismo, enfurruñándose cuando no está de acuerdo con algo y comiendo dulces caprichosamente. Su éxito ha dado lugar a mucho merchandising e incluso se erigió una estatua de bronce en la estación de tren de Londres que le da nombre.
Esta historia, escrita en 1926 por William Nicholson, cuenta cómo un juguete de un soldado que toca los platillos va en busca de su dueña, la cual marcha a visitar a su tía y lo olvida. El soldadito persigue el tren de Mary, la joven dueña, corriendo hasta alcanzarlo al mismo tiempo que llega a destino. Ella se alegra mucho al recuperarlo. Aunque Nicholson ideó este libro por pura diversión, demuestra una maestría artística e innovaciones en la ilustración. Actualmente sus imágenes parecen de otro tiempo, pero evocan la belleza de su tiempo. El libro está lleno de autoguiños y dedicatorias encubiertas del autor. Un clásico.