Muchos padres pagarían por entender los entresijos de la mente de un niño, y así saber cómo tenerlo contento en todo momento. Aunque esto resulte banal, es algo muy importante durante la infancia, y los propios progenitores son conscientes de que la felicidad de su hijo, tanto en ese momento como posterior, depende en gran medida de cómo vivan la primera etapa de su vida. “Un globo para el abuelo” ejemplifica este conflicto y da una solución perfecta. El relato se inicia con la aflicción de Sam tras ver cómo un globo se escapa de su casa por la ventana y emprende el vuelo. Aunque el padre es consciente de que es irrecuperable, sabe darle un giro al argumento imprimiendo luz a la tristeza de Sam. Y es que le cuenta que el globo se ha ido a visitar a su abuelo Abdulla al norte de África. Sam se convierte en ese momento en el niño más dichoso que puede haber, pues así siente que establece una conexión con su abuelito y éste sabrá que su nieto se acuerda de él. Una vez más, Nigel Gray nos deleita con su habilidad para relatarnos historias familiares sutiles y bellas, inspiradas en la propia dureza de su infancia, que alegran la psicología infantil.
“El erizo”, cuyo título original está escrito erróneamente adrede “The Hodgeheg” (en vez de “The Hedgehog”), ya muestra desde el primer instante el sentido del humor al cual nos acostumbra Dick King-Smith. Otras particularidades del estilo del autor son el retratar animales, generalmente débiles, que triunfan ante situaciones adversas, y que hablan y se expresan como humanos. En este texto una familia de erizos debe enfrentarse día tras día al cruce de una carretera para poder llegar al parque y cazar su comida. Ese simple instante supone para todos ellos un riesgo y una amenza a su supervivencia. El niño de la familia, Max, es agudo e inteligente, pero demasiado confiado como para querer intentar por su cuenta solucionarlo todo. Un fuerte golpe en la cabeza le provocará un defecto en el habla, pues el orden de las palabras en sus frases ya no será el mismo. Esto incrementa la gracia del cuento, y el niño que lo lea no dejará de reír ante la forma de hablar del joven erizo. Por otro lado, la victoria de estos animalillos viene a pesar del accidente, pues Max no pierde un ápice de su ingenio y encuentran uan forma de cruzar la carretera.
La empresa abordada por Nadia Wheatley y Donna Rawlins en “Mi hogar” es arriesgada, pero la perfección de su producto final resultó valer mucho la pena. Y es que en este libro, dirigido a niños de unos cinco años de edad, se narra de una forma muy peculiar la historia de Australia. El año de su publicación (1988) se cumplieron doscientos de los asentamientos europeos en el país austral. El viaje que Wheatley nos propone es a través del tiempo y de los niños como protagonistas. El recorrido se estructura bellamente a la inversa, comenzando en 1988 y finalizando en 1788. En cada una de las veintiuna épocas contadas un niño nos relata por qué quiere su hogar, a qué se dedica, qué tiene de bonito y qué le gusta del mundo que le rodea en ese momento. Durante todo el viaje nos acompañan las preciosas ilustraciones de Rawlins, que también realzan la importancia de los niños en el mundo como futuros adultos. La visión infantil de la historia es un prisma más que atractivo para reconstruir la vida de un país, y gracias a ello “Mi hogar” es un libro tan celebrado en Australia.
La Gran Depresión ha sido un periodo histórico que literatos, sobre todo estadounidenses, han estudiado para nutrir sus relatos. Fue una década cruda, posterior al Crack del 29, caracterizada por las hambrunas, la sequía y las migraciones en pos de un trabajo digno. A estos años nos transporta Karen Hesse en “Lejos del polvo”, libro vencedor de la Medalla Newbery en 1998. La protagonista es Billie Jo, hija de granjero, quien vive en Oklahoma en un invierno de difícil cosecha. El cuento se estructura a través de cartas que Billie Jo escribe a alguien que podría ser el propio lector, en verso. La crudeza del día a día se edulcora con ilusiones que llegan a la familia, como el nuevo embarazo de Ma o las ganas de Billie Jo de aprender a tocar el piano. A pesar de la lucha diaria, la desgracia se cierne sobre ellos y un incendio provoca quemaduras en ambas, falleciendo Ma y con ella el bebé. Billie Jo sobrevive pero el dolor le aleja de su padre, aunque el tiempo acaba curando su pesar y nuestra amada protagonista regresa a la granja para convivir con él y fuertemene salir adelante. Una historia de superación y de épocas pasadas terribles y difíciles que nos harán valorar el presente que tenemos.
Esta novela australiana parte del precepto de manifestar una idea esencial que cualquier individuo debe considerar: la necesidad de conocer el pasado para vivir el presente y adelantarse al futuro. La escritora Sophie Masson indaga en la psicología del concepto antes mostrado a través de Sulia, una niña atrapada en el pasado que debe emplear sus conocimientos de “persona del siglo XX” para escapar de él. Sulia se irá dando cuenta que dicha huida no es trivial, no es algo que se debe tomar a la ligera. Debe respetar dicho pasado, reconocerlo como parte de la identidad de las personas y de los pueblos. Es imposible no sentir desarraigo cuando uno se va de un lugar que quiere o añora, el linaje es algo que todos sentimos. La historia se cuenta a modo de aventura por el mar hasta Alainan y Gealan, donde Sulia busca una madre acompañada de Rufus, quien busca a un padre. El relato es, bajo una visión global, una alegoría de las civilizaciones habidas y su influencia en las culturas actuales.
Cuando uno atraviesa verdaderas dificultades, le gusta verse reflejado en otros para compartir sus penas. No sólo se trata de mitigar el dolor con el apoyo de tus seres queridos, sino sentir que hay personas en tu misma situación y os podéis auxiliar mutuamente. Esta sensación se hace muy intensa durante la adolescencia, donde las inseguridades están a flor de piel. Y es uno de los pilares de “Entre dos lunas”, mangífica novela ganadora de la Medalla Newbery en 1995. Sal Hiddle, con tan sólo trece años, se muda a Ohio con su padre después de ser dejada de lado por su madre. Aunque Sal se enorgullece de sus raíces indias, no se encuentra cómoda en su nuevo hogar. Allí conoce a Phoebe, una niña que atraviesa una situación más o menos pareja. En el relato se emprenden viajes interminables para tratar de convencer a sus madres que regresen con ellas. Las consecuencias son felices para Phoebe pero no así para Sal. Dichos periplos son sólo una excusa que Sharon Creech emplea para hablarnos de la búsqueda de identidad, de la pérdida y de la aceptación de las separaciones. Como podemos imaginar, una historia conmovedora y desgarradora, y por ello fiel a la vida misma.
La literatura juvenil australiana siempre ha destacado. Su consideración internacional es absoluta, y sus obras suelen adquirir éxito crítico y comercial. Incluso dentro de este status se podría aseverar que la literatura infantil en Australia vivió una época dorada en la década de los 90. Un ejemplo de ello, además de otros ya citados, es esta “El hechizo del zorro”, galardonada con el Premio del CBCA en 1995. La autora Gillian Rubinstein (inglesa de nacimiento, cabe puntualizar) evoca un ambiente sobrenatural en torno a una situación cotidiana, y así trasciende su diálogo con el lector adolescente para que se identifique. El protagonista, Tod Mahoney, debe mudarse al medio rural australiano con su madre y sus hermanas para vivir con su abuela, dejando atrás Sidney. Este cambio tan brusco provocará cambios en Tod, el cual queda impactado con un zorro que encuentra muerto en un camino. Esto y la presencia de otros zorros servirán como metáfora de los sentimientos de Tod, el cual no está a gusto y se encuentra exiliado y alienado. Rubinstein aprovecha para establecer descripciones de la cultura de su país, y sabe jugar a la perfección con la trama dejando sensación de ambigüedad en el lector. Al fin y al cabo, la reflexión te ayuda a madurar, y eso es lo que se consigue en “El hechizo del zorro”.
Las novelas deportivas tienen entre el público joven uno de los sectores más fieles. Así lo demostró, una vez más, el australiano james Moloney con su saga centrada en el atleta Gracey. El primer libro, “El joven Dougy”, recibe el nombre del hermano adolescente de Gracey. Por un lado, Dougy siente verdadera admiración por su hermano mayor y por los éxitos que cosecha. Por otro lado, esto supone una losa para su motivación y se considera a sí mismo un fracasado. Los dos hermanos son aborígenes, hecho que le abrirá puertas a Dougy además de su elevada estatura. Los éxitos de Gracey incrementan el reconocimiento del pueblo aborigen en Australia, pero por otro lado reavivan las tensiones raciales. De hecho, su devenir es sólo una excusa para mostrar un trasfondo de violencia e injusticia. Dougy encontrará su sitio en el mundo pero antes deberá sufrir. Como podemos ver, valores de igualdad, solidaridad y esfuerzo son transmitidos a través de esta excepcional historia que emplea el atletismo como excusa.
“Rowan de Rin” es un clásico moderno de aventuras rurales, a cargo de una de las escritoras australianas más exitosas y prolíficas: Emily Rodda (pseudónimo literario de Jennifer Rowe). Rowan disfruta de una plácida vida en la aldea de Rin, junto a su madre y a su hermana. Su vida es monótona y sencilla, pero no por ello aburrida. Rowan es pastor de bukshah, un animal de fantasía que se asemeja a un carnero lanudo de cuernos curvos y robustos. El amor por los animales a los que cuida se torna en preocupación cuando la sequía y los peligros acechan la aldea de Rin. Rowan deberá superar sus miedos y mostrar valentía, sobre todo cuando los peores temores de los aldeanos (la presencia de un dragón) se confirman. En esta novela hay espacio para la fantasía y para la aventura, y podemos ver la colaboración entre vecinos por el bien de todos. Un valor que es indispensable inculcar en los tiempos que corren. Premio CBCA de Australia en 1994, “Rowan de Rin” es sólo la primera de una serie de exitosas historias sobre héroes improbables y lugares de paz limitada.
Las maravillosas historias donde un niño y un perro se hacen amigos inolvidables están muy bien representadas en la literatura infantil. No obstante, uno de los mayores clásicos de este peculiar género es la serie “Henry y Mudge”. Henry no tiene amigos ni hermanos con los que compartir experiencias, y anhela una compañía con la que disfrutar de sus aventuras. Sus padres le regalan un perro, que desde bien cachorro crece al lado de Henry y acentúa el vínculo que ambos establecen. Mudge pasa a ser su amigo y hermano, y la saga de libros relatará las aventuras de estos dos inseparables compañeros. La primera de ellas cuenta la desesperación que Henry sufre cuando Mudge se pierde. En este sentido el trabajo de Cynthia Rylant es sobresaliente, con una prosa infantil pero a la vez profunda y creíble. Los dibujos de Suçie Stevenson también juegan en esta línea y casan a la perfección con el carácter de este enternecedor relato.